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¿Y si no todos desean ser emprendedores o empresarios?

Por Agencia | 1 de Jun. 2025 | 4:14 am

Hoy en día se insiste en que todos deberían emprender o ser empresarios, que el camino hacia la libertad financiera es tener su propia empresa, ser tu propio jefe o crear múltiples fuentes de ingreso. Este mensaje se repite en redes sociales, conferencias motivacionales y libros de finanzas personales. Y aunque tiene su valor, no necesariamente es el camino que todos desean recorrer.

Aquí conviene hacer una distinción importante desde el principio: no es lo mismo ser emprendedor que ser empresario. El emprendedor es quien inicia un proyecto, quien pone en marcha una idea con creatividad, pasión y visión. El empresario, en cambio, se encarga de mantener y hacer crecer esa iniciativa de forma sostenida, asumiendo responsabilidades legales, financieras y operativas. Es posible ser emprendedor sin convertirse en empresario, y viceversa. Ambos perfiles son valiosos, pero no todos aspiran a desempeñar alguno de esos papeles o estilos de vida.

También hay quienes afirman que la educación formal no es útil, que trabajar para alguien más es una pérdida de tiempo y que el sistema actual limita las posibilidades de quienes eligen el camino tradicional: estudiar, conseguir un empleo y construir una carrera dentro de una organización. Sin embargo, esta visión generaliza en exceso y pierde de vista una realidad importante: para muchas personas, el estudio formal sí ha sido una herramienta de desarrollo personal y profesional. Médicos, ingenieros, docentes, investigadores, entre muchos otros, han transformado vidas gracias a la educación. Decir que "no sirve" es invisibilizar millones de trayectorias valiosas y dignas.

Además, esta narrativa ignora que no todos desean emprender, ni todos tienen la disposición, el perfil o los intereses para ser empresarios. Hay teóricos que han explicado que las personas tienen distintas formas de ver el trabajo, el dinero, la seguridad y el éxito. Para algunos, emprender puede parecer una aventura estimulante; para otros, una fuente constante de estrés y riesgo que no desean asumir.

Muchos prefieren tener un trabajo estable, cumplir con sus responsabilidades y esforzarse en lo que hacen. Sienten orgullo de formar parte de algo más grande y contribuyen siendo mejores todos los días. Y al terminar la jornada, disfrutan de algo igual de valioso: compartir la cena con su esposa e hijos, salir a pasear, o disfrutar de una comida rica y saludable en el restaurante de su preferencia. Eso también es libertad. Eso también es éxito.

Esto no significa que quienes emprenden o dirigen una empresa no valoren esos mismos momentos. Los empresarios también regresan a casa, comparten con su familia y buscan equilibrio en su vida. La diferencia es que, en muchos casos, su jornada es más larga, más incierta y demandante. No todos están dispuestos ni están obligados a vivir bajo esa presión constante. Y no por ello su vida vale más o menos.

En ambos casos, hay esfuerzo, contribución y dignidad. Por eso, en lugar de descalificar al que no emprende, deberíamos valorar las múltiples formas en que una persona puede vivir una vida plena y aportar a la sociedad.

Por estas razones, surge una pregunta sencilla pero necesaria: ¿Y si empezamos a reconocer que no todos tienen que ser emprendedores o empresarios para ser exitosos?

 

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