“Ticos viven en el cielo, pero no lo saben”: venezolanos en Costa Rica
"Hay que levantarse a las 3 de la madrugada por una bolsa de harina"
"Ustedes, los ticos, viven en la gloria y no lo saben".
Cuatro venezolanos decidieron dejar su país ante la difícil situación social que vive esa nación sudamericana. Así llegaron a Costa Rica y descubrieron un país al que hoy describen como el "cielo".
No saben cómo agradecer esta oportunidad que también es todo un reto. Todo quedó atrás. Vendieron sus pertenencias y dieron un paso de fe.
Estos dos matrimonios, vecinos de Mérida, se asustaron al ver que aquí beben agua del tubo y que hay cantidad de alimentos en los supermercados. Gabriel, Carolina, Ramón y Bertha ya habían olvidado ese privilegio. Estas son sus historias:
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Gabriel y Carolina
El matrimonio de Gabriel García y Carolina Linares nunca se había distanciado. Pero hace 5 meses Gabriel dejó su tierra y llegó a Costa Rica. Su esposa e hija vinieron a inicios de marzo.
"Nunca me había separado de la familia en 6 años. Fue muy difícil, pero no quería vivir en modo supervivencia. Con mi esposa habíamos hablado de tener un segundo hijo, pero ¿cómo lo íbamos a traer en esas condiciones?
En mi país, las muertes de recién nacidos son enormes. En los hospitales no hay antibióticos ni medicamentos y el drama es duro. La comida es escasa y la vida se vuelve una batalla para obtener comida y medicamentos.
Para mí fue impactante cuando entré a un supermercado en San José. Era tanta comida junta…es asombroso. Allá los supermercados no tienen nada en los anaqueles.
También me asombré con el tema del agua. Aquí abrían el grifo y tenían agua limpia. ¡Agua pura! Allá eso no se puede hacer. Teníamos tantas cosas y las perdimos por malas decisiones. Para nosotros Costa Rica es una bendición. No imaginan cuánto valoramos a esta gran nación".
Ramón y Bertha
Con 34 años de casados, Ramón Lucena y Bertha Mejías se desprendieron de todo. Vendieron hasta la cama. Gracias a unos "ángeles" costarricenses, lograron seguir los pasos de sus hijas y solicitaron refugio en el país.
"Allá es difícil todo. Es muy duro. Si usted quiere comprar productos debe hacer filas de 8 horas. Enfermarse es un lujo y los precios son increíbles. Una cosa que podía costar 100 bolívares de la noche a la mañana vale 20 mil bolívares. Es una locura.
Antes un dólar eran menos de 5 bolívares. Hoy un dólar vale 5 mil bolívares. Nosotros éramos felices y no lo sabíamos. Teníamos un país muy próspero con petróleo, pero llegamos a tener que levantarnos a las 3 de la madrugada para hacer filas para comprar harina, un jabón de lavar y una pasta dental.
Enfermarse da susto y falta de medicamentos es brutal. Casi el 80% de los medicamentos están agotados.
Allá el salario mínimo es de $32. O comes o comes. No alcanza para más. Para los jóvenes el futuro es oscuro. Mis hijas se vinieron como refugiadas y nosotros hicimos un esfuerzo para seguirlas. Llegamos solo con una maleta pero ilusionados por un nuevo inicio.
Unos amigos nos han ayudado mucho. Dios nos ha respaldado y vivimos sumamente agradecidos. Nuestro mensaje es que valoren su país. ¡Cuídenlo! Ustedes viven en el paraíso."
Al pueblo venezolano
"Venezuela es mi casa. Mi hogar. Al pueblo, a mis coterráneos les digo que tengan mucha fe. Creemos en un Dios vivo y esta semana lo reconocemos más que nunca. Confiemos que este proceso va a sacar lo mejor de nosotros.
Tanto para los que estamos dentro como fuera del país, estamos aprendiendo juntos para luego hacer que el país crezca y represente lo que su nombre significa: "pequeña Venecia, pequeña bendición".
A mis compatriotas les digo que tengamos fe, esperanza y sigamos orando para que Dios nos ayude a tomar decisiones sabias por el beneficio de todos".