Los avatares de la política me llevaron a presenciar las audiencias de la candidata del PUSC, Lineth Saborío, ante la Cámara de industrias, la Bolsa Nacional de Valores, la Cámara de Comercio y el singular debate entre candidatos presidenciales auspiciado por el Sindicato de Educadores. Fueron tres eventos distintos, ocurridos en un lapso relativamente corto. ¿Quieren saber mi opinión?
Mientras me regocijaba viéndolos, no pude apartar de mi mente un renombrado film inglés: Four weddings and a Funeral (1994), entretenida comedia romántica escrita por Richard Curtis, donde el actor principal, Charles (Hugh Grant), despliega una refinada y genial actuación, descrita por uno de los críticos de la obra como "endearing awkwardness".
No voy a traducir literalmente esa expresión por temor a desvirtuar su sutil significado en la lengua inglesa, pero voy a dar una interpretación. Lo cierto es que Charles, enamorado de una atractiva californiana, Carrie (Andie MacDowell), sólo la veía ocasionalmente en matrimonios y funerales del círculo de amigos. Al escapar de uno de ellos, tras una noche apasionada, Charles queda perdidamente prendado de ella, pero al día siguiente ambos debían partir, cada uno a su comarca, hasta que un nuevo evento los juntara. En el ínterin, Charles busca un acercamiento. Pero como era indeciso, impreciso, olvidadizo y divagador (a ratos desmemoriado), estuvo a punto de perderla para siempre. Sin embargo, al final logró su cometido, pues, en medio de sus desatinos, era también muy simpático, agraciado, cautivador y con una personalidad que desplegaba empatía. Tenía mucho ángel: esa cualidad que poseen algunas personas de desprender una energía especial, sensación de paz, felicidad, calma, ingenuidad e inocencia a la vez, y que, sin saberse muy por qué, hacen que todo parezca fácil, tranquilo, agradable, sincero. Y eso le valió a Charles poder salirse con la suya. ¿Comprenden lo que quiero decir?
Volviendo al escenario costarricense, la candidata se defendió razonablemente bien durante el debate sobre el estado de la educación. A pesar de que la inevitable comparación con otros más puntuales, como Figueres, Villalta o Welmer Ramos, opacó un tanto su actuación, ella cerró bien al final al resistirse a firmar un documento comprometedor elaborado por los habilidosos sindicalistas que habría sido explotado en su contra por la prensa. En cambio, en la Bolsa y las otras dos cámaras estuvo mucho mejor. Su discurso político general -esa narrativa decantada de las fuentes del liberalismo económico con matices de socialcristianismo humanitario- lo manejó muy bien, con aplomo y seguridad, pero sin entrar a detallar cómo haría lo que habría que hacer; tampoco respondió con precisión algunas interrogantes formuladas.
Quizás alguno hubiera esperado el reiterado estribillo del uno, dos, tres que figura invariablemente en todas las entrevistas y debates, pero ella lo esquivó, pues, así, se siente cómoda y no va a cambiar. Eso lo debemos entender y aceptar. Que nadie ose a jugar de profesor riguroso, puntero en mano, para obligarla a memorizar y recitar literalmente lo que ella prefiere cantar y contar a su manera (My way, diría Frank Sinatra).
A su haber, podríamos rescatar que también tiene su ángel y, como Charles, emana empatía. En la Bolsa, por ejemplo, nos dejó a Norberto Zúñiga y a mí descifrar detalles técnicos y se reservó para sí el mensaje general: 'esta es mi ruta', dijo, y por ahí va la procesión.
Desde un punto de vista indulgente, eso, para mí, podría ser suficiente para avanzar en febrero y, con suerte, sonreír en abril; otros, quizás más exigentes, centrados y severos, podrían darle una nota menguada por insuficiente precisión. ¿Quién tendrá la razón? En política, la empatía asida entrañablemente a ese angelical carisma que la envuelve cuando está dispuesta a sonreír, podrían generar frutos inesperados. A eso está apostando el PUSC todo su capital político.