Allá por los años ochenta, se le ocurrió a Tolomeo apuntarse a un club de viajes para viajar a los Estados Unidos de América. Más concretamente, adonde su primillo en Patterson, Nueva Jersey; a media hora de la Gran Manzana. ¡Qué nivel!
Como a Tolomeo le encantaba la gente, el viaje sería en "Lacsa", cuyos principales atractivos eran unas azafatas coquetonas, unos tragos incluidos en el trayecto y la permisividad con que podían tomarse charlando en el pasillo del avión. Si a Lacsa le encantaba la "gente", a la gente le encantaban los tapis. Sobre todo, cuando eran gratis. Ya lo decía el gran Tolomeo: "regalado, hasta un purgante".
Hay que recordar, sin embargo, que al susodicho lo mandaron a la parte de atrás del avión, a la sección de fumadores, por lo que terminó fumigado como un bichillo bajo la lluvia del "Baygón".
Ah, pero no faltaron los piropos a las azafatas, por lo que las mismas le llamaron la atención. Claro, no entendía que un piropo de George Cloney, Brat Pitt o Ryan Gossling, es un halago, pero que el mismo piropo de un tal Tolomeo, es un acoso desagradable y punible. ¡Faltaría más!
A su condición estética, habremos de agregar que el pobre Tolomeo se pasaba de polo. No dije "pachuco", solo dije "polo". En México lo llamarían "naco". Pero, como ya sabemos, no era un tipo vulgar. Al contrario, se pasaba de labioso. Algo así, como esos colombianos que a todos llaman "doctor" y que al recibirnos en el aeropuerto nos recetan su "me encanta verlo" y "que traje más berraco lleva su señoría".
Ni les digo lo que fue pasar por migración. Quedó paralizado ante la autoridad migratoria, porque no le entendía ni torta, pero como le tocó hacer aduana en el Aeropuerto de Miami, cerca de Hialeah, se topó con la suerte de que lo cambiaran a otra ventanilla con una cubana que se dispuso a ayudarlo. Como estaba pasada de rica (es decir, gordita), Tolomeo se entusiasmó con ella, al punto de que la invitó a venir a pasarla pura vida en Costa Rica. Pero eso es otra historia que habremos de contar en otra ocasión.
El caso es que su trayectoria magisterial le ayudó en el proceso migratorio y pudo dirigirse al siguiente vuelo de "Pan Am" hacia La Guardia en New York, donde su primillo de New Jersey lo recogió con pancartas, globos y aspavientos. Cruzaron el Queensboro Bridge y se enrumbaron hacia el túnel por debajo del Hudson, para llegar a Patterson, su destino manifiesto. El barrio era de medio pelo. Vamos, que estaba lleno de precaristas, mafufos y cocainómanos. Pero estaba en los Yunaits y, por si fuera poco, florecían las mujeres más accesibles para las billeteras más dispuestas. En plata blanca, era un barrio de prostitutas.
Para algunos seres insensibles, eso no parecía recomendable, pero para el gran Tolomeo era como dejar una mosca cerca de un basurero hediondo (un paraíso). Las tipas no eran las más guapas, pero eran más guapas que cualquiera, para usar una expresión que hizo famosa Joaquín Sabina. Es decir, eran "hispanas" y "pasadas de ricas", como le gustaban a nuestro protagonista.
El primillo de Tolomeo, no era tan feo, no padecía de priapismo y no era portador de un instrumento destacable. Pero, vamos, daba para el gasto y no le faltaban las "dominican yorkers" a las que les encantaba su forma de decir "Trrreess Trrriistes tiigrrrreess, trrriigo comieron" y su descaro de ligador latino. Se dice que cuando entró a los Estados Unidos para instalarse, le preguntaron por su oficio y se limitó a contestar que era un "latin lover". Como quiera que el de la Migración no le entendía, le explicó que así lo habían apodado sus compañeros durante el "High School". ¿Cómo así?, acertó a preguntarle el funcionario. Y él se limitó a decir que siempre le decían "fucking latino", lo que él convirtió en "latin lover". Al parecer, la anécdota le gustó al de Migración y lo autorizó a quedarse por tres meses en los Estados. No era su primer viaje, porque originalmente había pasado un año en un intercambio de estudiantes para aprender inglés y al regresar a tiquicia se quedó con la paja detrás de la oreja y se obsesionó con volver a vivir allí. Lo que logró quedándose más allá de los tres meses y legalizando su situación migratoria al casarse con una puertorriqueña.
Aunque en el intermedio había sido de izquierdas, con los años había renunciado a esa ideología. Se dice que antes tal era su fanatismo ideológico, que cuando, años atrás, su novia le puso los cachos con un tipejo, en lugar de enfrentarlos, se fue directo a acompañar un piquete de protesta contra el imperialismo y terminó apedreando la Embajada Americana. Eran los años en que todo era culpa del imperialismo yanqui.
Pero ya lo dije, se trató de una calentura pasajera y con los años se había aburguesado y agringado. Era el perfecto anfitrión para Tolomeo. Durante el primer fin de semana lo llevó a conocer Manhattan, tomaron el ferry de Staten Island para pasar cerca de la Estatua de la Libertad sin tener que pagar la entrada; luego al MacArthur Park, lo que le rememoraba su canción preferida de Donna Summer. En Downtown, pasaron por Wall Street y subieron a las "Twin Towers" para ver la bahía y buena parte de la ciudad. Años después, repasando las fotos de su viaje, lloró al percatarse del atentado del 7-11. Tomaron el Subway y fueron a Midtown, al Empire State, caminaron por Times Square, por la Quinta Avenida y terminaron tomándose unas birras en el Central Park, con tan mala suerte que un policía malencarado se las decomisó.
Lo que más le gustó, sin embargo, fue ir a la Forty Second Street (la Calle 42), que en aquellos tiempos era centro de perdición (o de encuentro, según se mire), lleno de "nights clubs", donde las mujeres bailaban desnudas. El gancho era la oferta de entrar y no pagar, si no les gustaba lo que miraban (come inside and check out, if you don't like, you don't pay). Eran otros tiempos, pero para su desgracia no lo dejaron sacar el rifle (su instrumento).
Estaban guapas, pero las del Idem y del Daisy Flowers, no tenían nada que envidiarles.