Tolomeo conoce a la gran Simone de Vaudeville
En un congreso sindical (comunes entre el gremio magisterial), se conocieron algunos protagonistas de estas historias: el gran Tolomeo, don Paco el morrocotudo, la niña Marielitos y Simone de Vaudeville (Vodevil en español). Simone con "e" al final y no Simón.
A diferencia de las madres de la Escuela de la niña Marielitos, a ella no le chocaba la belleza de la misma, sino al contrario. De don Paco no tenía muchos antecedentes, pero al gran Tolomeo lo agarró entre ojos desde que lo vio. Y no por feo, sino por su caminado echado para atrás. No sabía que el pobre caminaba así porque era operado de la columna y había perdido tres discos en su operación. Pero, sobre todo, porque su enfermedad y la fama de su instrumento le parecían una expresión decadente de la falocracia contra la que había que luchar.
Pido perdón a los lectores, porque no les presenté a la gran Simone de Vaudeville. Ella era una maestra francesa que se había casado con Juan Pablo el Sastre del Sans Souci, la famosa boutique de la avenida central de San José. Se habían conocido en París durante los cursos de costura y confección de su marido. El tipo decía que había renunciado a su homosexualidad al conocer a la tal Simone. El caso es que a los pocos años de su regreso a San José, el tal Juan Pablo el Sastre se escapó con un potentado de San Francisco, dejando a la pobre Simone solita y abandonada en estas tierras.
Hay que recalcar que después del episodio, la misma no quiso regresar a París, tomó la nacionalidad de su marido y revalidó su título de profesora de francés de segunda enseñanza.
Sus alumnas la conocían como Simone de Vaudeville, para distinguirla de su antigua maestra, la gran Simone de Beauvoir.
Simone, la nuestra, era más guapa que la Beauvoir (lo cual no es un avance esencial), pero no era ni Brigitte Bardot ni Marion Cotillard. Sin embargo, hay que decir que era tremendamente atractiva y sensual la condenada. Quizás era su acento, la forma como movía sus manos o su forma de vestir. Tenía un "no sé qué" (je ne sais quoi) que la destacaban en cualquier lugar.
Y por si fuera poco, todas las alumnas de su Colegio la admiraban. Les parecía el modelo de mujer que todas querrían ser: independientes, cultas y feministas.
Regalaba a sus alumnas más apreciadas todas sus atenciones. Les traducía las poesías más exquisitas. Las invitaba a leer a Safo y a la propia Simone de Beauvoir, ojalá en la lengua francesa, que era la suya original. Admiraba, por supuesto, a Sor Juana Inés de la Cruz, aunque le cargaba un poco lo de "Sor". Para ella siempre sería Juana Inés (a secas): "O cual es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar".
No está demás decir, que el pobre de Tolomeo se sacó todos los boletos con ella. Cuando lo propusieron para dirigir la seccional del sindicato, ella levantó su voz en contra de su candidatura. Un tipo con la fama del susodicho, no merecía liderar el movimiento magisterial. De nada le sirvió al profesor, alegar que padecía amor incondicional por todas las mujeres (¿femifilia?), por lo que no podía ser calificado de "misógino". No se atrevió, eso sí, a destacar su fama de príncipe del Daisy Flowers ni mucho menos a aportar el testimonio en su favor de la gran Yasmín. Para más inri, en su discurso de renuncia a su candidatura, citó a la gran Sor Juana Inés, pero con perspectiva de género: "Mujeres necias que acusáis al hombre sin razón, sabiendo que sois la ocasión de lo mismo que culpáis". El mismo afirmaba que la culpa de sus obsesiones no estaba en su priapismo, sino en las tentaciones femeninas.
Por algún motivo que desconozco, nuestra Simone acusaba a la mayoría de los hombres de insensibles, machistas y, lo que es más grave, de pésimos amantes; aunque hay que advertir que, años después, en un seminario para profesores de segunda enseñanza, pudo conocer íntimamente al gran Tolomeo y descubrió que detrás de una apariencia indecorosa (recordemos que el tipo era bien feo), podía esconderse un amante aceptable. Lo de aceptable, eso sí, le pareció un desprecio al pobre profesor.
En lo primero (en lo estético), se le pareció al gran Jean Paul Sartre, el filósofo francés y compañero sentimental de su maestra, la escritora y feminista Simone de Beauvoir. En lo demás, no le pareció más que un profesor segundón cuyo único mérito parecía depender de su maravillosa enfermedad (priapismo, para los que no lo recuerdan).
Aun así, seguía sosteniendo lo que Tiresias el sabio de la antigua Grecia le había respondido a Heras, la esposa de Zeus: "Si el placer del amor en diez partes dividía. Tres por tres a las mujeres, una a los hombres daría".
Ello fortalecía el argumento de Simone de Vaudeville, quien en los círculos íntimos de poesía, recalcaba que la mayoría de los hombres no sabían lo que era hacer el amor. Que solamente las mujeres eran capaces de regalar horas de placer en el lecho de sus amantes.
Pero los tiempos no eran fáciles para mujeres como ella. Nuestra Simone sostenía que si a la gran Simone de Beauvoir la acusaron de acosadora de sus alumnas, ello se debía al machismo imperante en su época. El "me-too" no era aplicable a las mujeres, sino únicamente a los hombres.
Aunque dicen las malas lenguas que las mujeres no tienen orgasmos, el gran Tolomeo defendía el honor masculino mancillado por esos decires, recalcando la contundencia de su argumento. Recuérdese que, según su primitiva perspectiva, él era la columna vertebral del amor, el obelisco que sostenía los resquicios de la masculinidad mancillada.
Pero ya veremos que eso habría de acabar muy pronto, como veremos en el próximo capítulo.