“Sin querer queriendo”: crítica del Episodio 1 ‘Zapatero a tus zapatos’
La nueva serie biográfica de Max, producida por los hijos de Roberto Gómez Bolaños, se suma al modelo de narrativas “autorizadas” como la de Luis Miguel, en las que se construye una versión emocional y estratégicamente cuidada del mito desde la voz familiar.
El primer episodio de Sin querer queriendo, serie biográfica de Roberto Gómez Bolaños estrenada este jueves 5 de junio en la plataforma de streaming Max, no intenta ser una biografía tradicional. Es, más bien, una reconstrucción emocional contada desde adentro: por sus hijos, Paulina y Roberto Gómez Fernández, quienes ofician como guionistas y productores ejecutivos. Y eso se nota.
El caso recuerda al de la exitosa serie de Luis Miguel, que no solo conquistó al público con su buena factura y narrativa intensa, sino que además permitió al artista reposicionar su historia personal en sus propios términos. Lo que vimos fue la versión que él quiso contar. Con Chespirito, pareciera ocurrir algo similar: la historia toma forma desde el afecto, pero también desde la conveniencia narrativa y el control del legado.
La serie abre en Bogotá, en 1981, en plena gira internacional del elenco de El Chavo del 8, cuando el fenómeno ya era continental. Desde ahí, la historia se quiebra en múltiples tiempos, saltando entre Ciudad de México en 1935, 1951, 1956, 1960 y 1978, para ir armando las piezas del rompecabezas de su vida. La narración no es lineal, pero sí profundamente personal.
Uno de los recursos más potentes del episodio es visual: las escenas de la infancia de Chespirito están filmadas en blanco y negro, con formato cuadrado, alejadas del estilo panorámico moderno. Ese encuadre reducido, casi íntimo, transmite no solo nostalgia, sino también la sensación de estar espiando recuerdos privados.
Allí vemos al pequeño Roberto en el circo aprendiendo a balancear una escoba, poniéndose por primera vez el icónico gorro de El Chavo y sacándole risas a su padre, un artista bohemio y soñador. Luego pasamos a la juventud, cuando el mambo inunda las escenas y el amor lo encuentra: Graciela Fernández, su primera esposa, emerge como una figura central. La serie privilegia su rol desde el inicio, y es claro que su historia ocupa un lugar protagonista en este relato que, insisto, es controlado por los hijos de la pareja.
También se exploran los primeros pasos de Gómez Bolaños en el mundo profesional: desde su trabajo en una fábrica, que abandona para perseguir su pasión artística, hasta sus días como creativo en la agencia publicitaria Darcy, donde ni siquiera sabía escribir a máquina. La comedia vendría después, a través de la radio y, finalmente, la televisión.
El “presente” de la serie —es decir, el punto más alto de su éxito televisivo en 1978— está marcado por la antesala del famoso episodio en Acapulco, capítulo que significó el fin de una era. Se trata de un momento clave en la historia de El Chavo del 8, que precedió la salida de Quico (Carlos Villagrán) y Don Ramón (Ramón Valdés). Aquí, Quico comienza a perfilarse como uno de los posibles villanos del relato, en consonancia con la narrativa que por años lo ha pintado como el gran adversario de Chespirito.
Pero el giro más notable de esta nueva versión de los hechos es otro: la figura de Florinda Meza, quien durante décadas ha sido la viuda y portavoz de la memoria oficial de Gómez Bolaños, aparece desplazada. Convertida en “Margarita” en la ficción, su personaje surge como causante del distanciamiento entre Roberto y Graciela, y se le muestra en una luz mucho menos favorable que en relatos anteriores.
No es casual: esta vez, la historia no la cuenta Florinda. La cuentan los hijos del hombre detrás del personaje. Y ese cambio de perspectiva se siente en cada escena.
El episodio también deja espacio para la complicidad con el público. Hay momentos en los que frases como “Lo sospeché desde un principio” o “Fue sin querer queriendo” brotan de forma espontánea en la vida cotidiana del personaje, como si se sembraran las semillas de lo que luego serían íconos del humor latinoamericano. Para el televidente que creció con el Chavo, estos guiños son un regalo.
Sin querer queriendo no promete objetividad ni lo intenta. Prefiere el homenaje cálido, la mirada amorosa, incluso si eso implica dejar afuera zonas más grises o controversiales del personaje. Pero en ese enfoque también hay una fuerza narrativa propia, que invita a entender a Roberto no solo como comediante, sino como hijo, esposo, soñador y futbolero, antes de convertirse en mito.
Este primer episodio es, en resumen, una declaración estética y afectiva. No busca convencer a todos. Solo contar la historia “oficial” de un hombre que cambió la televisión, contada —ahora sí— por quienes crecieron a su lado.
Sin querer queriendo consta de ocho episodios, con un nuevo capítulo de estreno en Max cada jueves, hasta el 24 de julio.