Max Rodríguez: De vender comida para financiar su sueño a ser un artista del tatuaje
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Si usted me hubiera dicho al principio, cuando estaba vendiendo empanadas en la U, que iba a terminar teniendo 2 estudios de tatuaje y 8 muchachos trabajando para mi, patrocinios y convenciones internacionales, jamás me lo hubiera imaginado.
Cuando entramos al estudio de tatuaje de Max, notamos que se salió de lo convencional. Parece más bien un centro de arte, tintas, mucho orden, música de Julio Jaramillo y el sonido de las agujas perforando la piel de 3 clientes. Esa idea que nos llevamos es, precisamente, la que Max quiere que se tenga de su trabajo: una expresión artística.
Con tan solo 25 años y 8 de tatuar, Max Rodríguez se ha forjado un nombre sólido en el gremio y actualmente es uno de los más cotizados a nivel nacional. Todo este éxito es fácil de contar, pero lo que hay detrás de eso son años de perseverancia y dedicación.
"El esfuerzo es la clave. Usted no entendería, de verdad, la dedicación que yo le doy a esto. Yo he dejado de lado mi vida entera por hacer esto. He sacrificado mucho, me he esforzado demasiado y siempre he trabajado por mejorar. No me conformo, siempre quiero que mis trabajos sean los mejores y me esmero porque cada uno sea una pieza única".
Vender comida para poder tatuar
A los 12 años Max se dio cuenta que quería tatuar, a los 16 años le hacía su primera pieza a un amigo de la infancia que -en palabras de él- quedó bien "feilla". A los 17 años decidió decirle a sus papás que sería tatuador y todavía recuerda las palabras de su mamá: "usted sea lo que quiera ser, pero trabaje para que sea el mejor".
Matriculó Diseño Gráfico en la Universidad de Costa Rica (carrera que todavía cursa) y ese mismo año, cuando trabajaba los fines de semana con su papá, se le presentó una oportunidad de oro: subastarían una máquina de tatuar en 80 mil colones.
Pero en ese momento, Max era un estudiante de primer ingreso que valía solo 15 mil colones en la bolsa, del último fin de semana trabajado. Pidió prestado a medio mundo, pero nadie en ese momento le pudo tender la mano.
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Solo un amigo, cuyo padre era precisamente quien tenía el contacto con los vendedores de la máquina, le dijo que le prestarían el dinero. Era la plata del alquiler de la casa de su amigo y Max debía completarla a final de mes.
Pensó cómo reunir el dinero y se le ocurrió vender comida en la universidad. Le escribió a sus compañeros que llevaría empanadas a la venta y usó los 15 mil colones que tenía en comprar los materiales, así reunió los 80 mil colones que necesitaba.
Sin embargo, cuando lo recibió notó que estaba dañado en algunas partes por el tiempo que estuvo en desuso, además necesitaba tintas, agujas, camilla y demás materiales. Así fue como terminó vendiendo empanadas durante todo un año. Iba a clases de 8:00 am a 6:00 pm, estudiaba de 8:00 pm a 11:00 pm, dormía unas horas y a las 3:00 am se levantaba para cocinar, todo para lograr iniciar con su proyecto.
La receta del éxito:
Max es una prueba de que la clave del éxito es amar lo que se hace y perseverar. Él mismo lo dice, en muchos momentos pensó que no lo iba lograr, pero hoy tiene agenda llena durante todo el año, patrocinios de reconocidas marcas y convenciones internacionales gracias al tatuaje.
"Creo que lo que ha pasado es que la gente hace lo que cree que debería de hacer, no lo que realmente quiere. Han elegido caminos que los han llevado a ser profesionales no tan realizados porque hicieron algo que creían que debían hacer y no realmente lo que querían. En el caso mío, yo decidí hacer lo que quería hacer y no me arrepiento, porque soy feliz a diario, me levanto y trabajo en lo que amo y eso no tiene precio".
Aunque le dijeron que eso no era para él, que se iba a morir de hambre, que era una etapa de juventud que se le pasaría con la madurez, Max tenía una meta trazada muy clara. Afirma que los primeros 3 años fueron sumamente difíciles, cobraba una tinta (5 mil colones en ese momento) por tatuaje, le cerraron la puerta en varios estudios donde pidió ser aprendiz, hasta que el tatuador Harold Alvarado le permitió aprender con él y le ayudó dándole contactos.
Cuando se independizó no le alcanzaba ni para pagar el local donde atendía y llegaron las frustraciones…
"Hubo muchas veces en que uno quiso tirar la toalla, pero el éxito está en la perseverancia y a veces perseverar es difícil, más en este medio que es un poco adverso, yo diría que los primeros 3 años son un montón de frustraciones porque uno nunca quiere hacer un tatuaje mal hecho. Y tal vez en ese momento uno no tiene las capacidades y la preparación para hacer un trabajo bien hecho, entonces es frustrante y uno quiere dejar todo botado, pero la clave del éxito en todo es el sacrificio y la perseverancia".
Poco a poco fue mejorando, las clases de dibujo en la UCR le ayudaron, además tenía un talento y un ojo por el arte que lo deja plasmado en cada pieza que creaba. Los tiempos fueron mejorando y Max empezaba a hacerse un nombre de peso. Parece toda una vida recorrida, pero este joven tatuador ha cosechado tal éxito en pocos años solo gracias a su única receta: "esfuerzo, perseverancia, empandas dulces y saladas y mucho amor por lo que se hace".