Redes sociales, opinión pública y desinformación: cómo sostener un mito
Recientemente salió a la luz pública el informe del Observatorio de la Comunicación Digital en Costa Rica, realizado por la Universidad Latina. Este documento, el número 28 de la serie, nos tiene ya acostumbrados a una altísima calidad en sus datos y a la rigurosidad en su metodología. En esta ocasión, nada de ello es extraño, pero sí trae hallazgos relevantes que muestran la consolidación de un fenómeno que ya ha sido divisado por criterios expertos en el análisis de la opinión pública.
Una vez más se constata que el mandatario Chaves ha logrado sostener una imagen positiva en cierta parte de la opinión pública digital pese a un entorno de creciente desgaste institucional. Mientras Chaves cuenta con popularidad, el gobierno que lidera no. Todo lo contrario. El gobierno es mayoritariamente mal valorado. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo un mal gobierno, sin logros, sin ruta en educación – por ejemplo – es mal evaluado, pero el director de la orquesta no?
Esta paradoja se explica en gran parte por una estrategia de comunicación que lo presenta como una figura separada del aparato estatal que encabeza (el fenómeno "personalista" señalado en otros estudios). El contraste entre los sentimientos positivos hacia su figura (41,6%) frente al resto del Poder Ejecutivo (25,1%) no puede explicarse únicamente desde los resultados de gestión. Nótese que incluso la comunicación de su fracción oficialista es siempre en defensa de la persona, no necesariamente del gobierno. Incluso el último caso de irregularidades denunciado por un diputado de su propia bancada, que debería afectar a Chaves como el máximo líder de la policía política en la que se señala se ha convertido la Dirección de Inteligencia y Seguridad, no le afecta. ¿Extraño no?
Durante eventos de confrontación —como los casos de irregularidades investigadas como "Barrenador", "Parque Viva", "Ley Jaguar" o "Pista Oscura"— el interés digital hacia sus intervenciones aumenta. Sin embargo, ese interés no es sostenido, y el promedio de conexiones reales en vivo tiende a disminuir, lo que sugiere una audiencia más pasiva o artificialmente amplificada. Este fenómeno coincide con la hipótesis de manipulación digital, donde troles pagados, bots o campañas concentran atención en la figura del presidente.
Con base en los estudios que tan profesionalmente nos muestra el Observatorio de la Comunicación Digital, se puede apreciar que la norma ha sido que la popularidad de Chaves se sostiene en el conflicto, no en los resultados. Es decir, los temas que más atención generan del gobierno no son sus logros, sino sus escándalos. Por tanto, el liderazgo de Chaves es un espejismo alimentado por la confrontación y el espectáculo, no por la atención de los problemas nacionales. Esto se observa en los resultados de las investigaciones y se ratifica con los estudios de opinión pública serios.
Por otra parte, la comunicación ha posicionado enemigos claros: medios, universidades, jueces, asambleístas, Contraloría General de la República, Fiscalía y próximamente lo será con más ahínco el Tribunal Supremo de Elecciones. Esta comunicación procura posicionar la percepción de que "no lo dejan gobernar", transformando así a las entidades en supuestos obstáculos institucionales y en activos discursivos. Así, su figura se nutre de la confrontación más que de los resultados.
Se puede ver entonces que la popularidad se construye sobre escándalos, no sobre logros sostenidos. Mientras el país se polariza y el Poder Ejecutivo se desgasta, la imagen presidencial permanece al parecer casi intacta. Esto refuerza la sospecha de una estrategia profesionalizada de manipulación en redes sociales. Sin duda alguna, independientemente de si son pagados por el gobierno o no, la lógica siempre es la misma: hordas digitales que sistemáticamente atacan y defienden (polarizan) para los momentos noticiosos preparados para la entrada en escena del mandatario. Si no lo logran, estas entidades digitales masivas insultan, desvían la atención o simplemente – en todas sus distintas variables – atacan y señalan a otros partidos políticos y a gobiernos anteriores para distraer de la responsabilidad del actual. Escudan o justifican la corrupción con la corrupción anterior, como si eso la exculpara.
Sostener una imagen popular en medio de crisis múltiples no es resultado de carisma genuino, sino de una operación estructurada de comunicación digital. Las métricas positivas son útiles en la política, pero poco representan el sentir real del electorado si se construyen sobre bases artificiales. Lo que sucede es que, en un mundo donde la información proviene fundamentalmente de las redes sociales, se ha creado artificialmente – en especial en cierta parte de la población que consume noticias de un ecosistema favorable al poder – la imagen de un presunto apoyo, que no es tal, sino popularidad.
Es decir, se trata de volumen y forma, que domina sobre el fondo. Por eso es común que cuando se pregunta no se sepa indicar un solo logro sustantivo o una política pública relevante. Lo único que se recuerda es que "dice lo que tiene que decirse" o al menos crea la idea de estar contra el sistema, al cual – dicho sea de paso – no ha modificado en lo absoluto y no ha presentado ni una sola iniciativa para cambiar el estado de las cosas.
El desafío es desmitificar esta imagen y colocar el foco en las contradicciones entre la narrativa artificial efectista y la realidad del país: un Ejecutivo debilitado, un aparato institucional enfrentado y una ciudadanía confundida por los fuegos artificiales del espectáculo político. Escudarse en que "no lo dejan gobernar", es el típico espacio en donde la actual administración logra refugiar la incapacidad e incompetencia. Tanto más se diga que no ha hecho nada, tanto más se le colabora con la narrativa falaz de "no me dejan". Se comprueba así que para los autócratas populistas la ruina del país no necesariamente es preocupación y la incapacidad se torna en un activo político. Habrá que ver si alcanza electoralmente.