Hace algunas semanas fui invitado a un jardín de niños para dialogar con el estudiantado sobre el proceso de duelo. La idea era además, ofrecer un espacio para que ellos y ellas expresaran sus sentimientos y emociones ante la sensible pérdida de un compañerito debido una enfermedad terminal. Al ingresar al aula y después de dar los buenos días, una de las pequeñas estudiantes me preguntó: "señor, ¿usted cómo se llama?", al instante le respondí: "Ramón". De inmediato un niño levantó la mano y dijo "usted se llama igual que mi perro"; una más agregó: "mi primo tiene un perro que se llama igual" …y otro más dijo. "mi vecino también tiene un gato con ese nombre". En ese punto no sabía si reír o llorar ante la popularidad de mi nombre entre esos cuadrúpedos que tanta alegría nos dan.
En la actualidad, muchas mascotas son "bautizadas" con nombres humanos, una costumbre que cobra mayor tendencia desde que ellas se convirtieron en "los hijos e hijas" de sus "padres y madres" no biológicos. Algunas veces causa envidia ver cómo esos "perrhijos" y "gathijos" reciben más atención, afecto y cuidados que muchos de nuestros niños. Sin embargo, existen expertos que hablan de las inconveniencias de "humanizar" a los animales, entre las que sobresalen:
Dificultades de salud: como obesidad, problemas musculares y en las articulaciones.
Socialización: problemas para interactuar con otras personas o con otros animales.
Relación humano-animal: pueden crearse falsas expectativas hacia el animal y crearse frustración en el dueño con respecto a las tareas asignadas y el comportamiento resultante de la mascota.
Restricciones en el movimiento: por vestir al animal con prendas que no son propias ni adecuadas para su correcta locomoción, comodidad, temperatura, etc.
Para evitar los inconvenientes antes descritos, lo más recomendable es comprender que en la relación persona-mascota, intervienen dos especies que poseen distintas necesidades para su conveniente desarrollo y lo adecuado es que los dueños respeten esos límites.
Retomando algunas de mis experiencias en la visita a los centros educativos, sobre todo en primaria, hay ocasiones en las que se repite la siguiente expresión "usted se llama igual que el personaje del Chavo del ocho". He de reconocer que, en mi tiempo de escuela y colegio, esto me causó un gran problema de autoestima por el acoso escolar sufrido, pues mi nombre era constante motivo de burla. Fue tanta la molestia, que deseaba que existiera una ley para poder cambiarlo (hoy ya es posible), pero en la actualidad no lo haría, aunque me pagaran. Esto es así gracias a que el Padre Badiola, sacerdote jesuita, me explicó que, en vascuence, "Ramón" significa "consejero". Desde entonces llevo y pronuncio con orgullo mi nombre debido a estas cuatro razones: por su significado, por ser el tocayo de mi papá que en paz descanse (una manera de tenerlo presente), por compartirlo con ese personaje de la comedia mexicana tan famoso ("me lleva el chanfle") y por ese Santo cuyo nombre también comparten muchas comunidades de nuestro país.
Reto a los amables lectores a que busquen en internet el significado de su nombre o la historia de por qué se llama como se llama, estoy seguro de que se llevará agradables sorpresas. Por ejemplo, algunas y algunos se sorprenderán al llamarse igual que un "EX" de su papá o mamá, o por tener el nombre del autobús que llevó a su progenitora al hospital para el alumbramiento.
En fin, mientras se dan nombres castellanos a las mascotas, a los maestros y profesores de nuestro país se les hace un "colocho" a la hora de pasar lista, pues hay nombres de estudiantes si cuya grafía es difícil, y lo es más su pronunciación. Ojalá que a la hora de asignar uno, los padres y madres dedicaran un momento a pensar mejor el nombre para sus hijos y sus mascotas. Quienes trabajan en las aulas se los agradecerán.
Psicólogo-Docente