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Pobreza: El huracán permanente

Por Claudio Alpízar | 2 de Dic. 2016 | 4:32 am

Costa Rica es un país pequeño en territorio, pero grande en sus ideas, pero aún más grande en los corazones solidarios de su gente, basta revisar nuestra historia para comprobarlo.

La pregunta sería: ¿Por qué detestable razón debemos esperar grandes crisis o catástrofes para mostrarnos solidarios y en acción conjunta? ¿Por qué, como gente pacífica que somos, no hemos logrado en las últimas décadas percatarnos de la urgencia que tenemos de agruparnos alrededor de causas comunes?

Con el huracán Otto reaccionamos en conjunto, antes y luego de la tragedia. En general es de alabar la reacción de nuestras autoridades en el Poder Ejecutivo y las Municipalidades. Qué hubo errores, por supuesto, como sucede con cualquier obra humana. Pero fue más poderosa la fabulosa reacción de nuestra gente que de inmediato acudió a los supermercados y tiendas a adquirir alimentos, medicinas, ropa y más para los compatriotas en desgracia.

Ortega y Gasset hablaba de una diferencia entre el patriotismo inerte, ese de aquellos que pasan dándose en el pecho por un pasado y reclamando una puridad nacionalista que no existió ni existirá nunca; por cierto, hoy muy de moda en muchas latitudes del mundo. El otro, es un nacionalismo activo, del presente, ese de los ciudadanos que se saben comprometidos y reaccionan cuando la patria y su gente lo requieren.

Hoy por culpan del huracán padecemos un luto general y un dolor que nos desgarra el alma, pero que, a la vez,
activo nuestras mentes y estiro nuestros brazos para ayudar a otros. Acudimos sin necesidad de saber exactamente a quiénes auxiliábamos, sin ver sus rostros, pero si la generalidad del dolor y la desesperanza que rompe cualquier posibilidad de tranquilidad e inercia.

Los pueblos del norte de nuestro país que hoy sufren -como lo han padecido en algún momento los del sur- no es la primera vez que viven penurias por falta de vivienda, alimentos, infraestructura, educación y trabajo. Eso lo han padecido por décadas ante la mira inalterable de unos y otros gobernantes, la diferencia es que hoy la padecen bajo el miedo y el terror provocado por la naturaleza, porque sintieron la muerte paseándose por su frente. Ellos saben que el problema de la pobreza los ha ocupado todos los días y todo el tiempo, eso no es nuevo.

Las imágenes de ese sufrimiento deben mantenerse en nuestras retinas permanentemente. Imágenes del dolor de muchos costarricenses que viven y se "acostumbran" a las desigualdades. Las cuales otros ignoramos y los gobernantes promueven con su apatía por decisiones correctas.

Tenemos más de un 20% de personas que viven en la pobreza y con un "huracán" de preocupaciones diarias, que les dan vuelta un día y otro también. Gente que implora solidaridad y ayuda para sacar abante sus necesidades básicas de alimentación y vivienda. Viven bajo techos de zinc viejos y oxidados, que con un simple soplo de viento podrían volar tal cual huracán, o arrastrados por el fuego de un hacinamiento que terminar con sus sueños y sus vidas.

Alrededor de un 7% de personas viven en pobreza extrema, un sunami permanente provocado por las desigualdades acentuadas por la inopia y la falta de solidaridad, tanto de quienes gobiernan como de sus pares ciudadanos; que tan solo ennoblecen sus corazones con los vientos navideños o con la fuerza descomunal de un huracán.

Tal vez, lo mejor sería hacernos la pregunta que alguna vez se hizo la socióloga española Concepción Arenal (1820-1892): ¿Los pobres serían lo que son, si nosotros fuéramos lo que debiéramos ser?

Claudio Alpízar Otoya, Politólogo.

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