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Opinión: El dilema de la pandemia

Por Jorge Guardia | 2 de Abr. 2020 | 4:34 am

Entre más dure el forzoso distanciamiento social y las onerosas restricciones sobre la actividad económica, más profunda y prolongada será la recesión y la consiguiente disminución del bienestar; pero, si se levantan prematuramente, la pandemia podría recrudecer y/o prolongarse más de la cuenta para cobrar víctimas fatales adicionales. El gran dilema, por tanto, es cuándo levantar el toque de queda y cómo relajar la cuarentena sin producir consecuencias económicas ni sanitarias dramáticas. Puesto de otra forma: es una dolorosa alternativa entre perder y perder. Según Mohamed El Erian, comentarista de Bloomberg, la recesión podría devenir una grave depresión.

¿Cómo lograr que la sociedad como un todo sufra el menor menoscabo posible? La primera gran tentación es dejar la respuesta únicamente en manos de la ciencia: que hablen los médicos y científicos para quienes preservar la vida humana está por encima de todo y sobre todo, y que callen los economistas, trabajadores y empresarios pues la contracción productiva, con sus secuelas de desempleo, pobreza, endeudamiento y crisis fiscal, son valores de menor jerarquía que deben ceder ante los imperativos de la salud y la vida inexorable. Hasta no tener certeza de que no se enfermará ni morirá ningún costarricense adicional a causa del inefable virus –dicen- no se reabrirá la economía.

La segunda gran tentación es economicista: realizar un estudio de costo-beneficio social (ausente en la estrategia gubernamental) para valorar la salud y vidas humanas conforme a alguno de los modelos estadísticos utilizados por las firmas aseguradoras (cuánto valía en vida el occiso acorde a su edad, educación y las demás cualidades que suelen valorar los jueces en los litigios) y compararlos con otras pérdidas sociales como incrementos en el desempleo, pobreza y caídas en producción. Algunos lo resumen bajo la siguiente expresión: "que la medicina no sea peor que la enfermedad".

Divergencias.
Debemos apuntar que las estrategias clínicas para tratar la pandemia pueden diferir. En China, Singapur y Corea del Sur, por Ej., se decidió de previo examinar a la población masivamente y aislar a los portadores para lograr buenos resultados sin tener que "cerrar" la economía, mientras que en Italia y España se dejó correr libremente el virus al inicio y, desde luego, explotó virulentamente. En Estados Unidos, el Estado de Nueva York (demócrata) le puso llaves a la ciudad, quizás un poco tardíamente, y California (también demócrata) encerró a todos sus residentes en un círculo cerrado. En Florida (republicano), prefirieron focalizar a los de más alto riesgo para evitar maximizar las pérdidas económicas. Algo similar hicieron algunos países escandinavos.

¿Cuál ha sido, o debería ser, el papel del Estado costarricense? Lo primero es reconocer que la pandemia lo tomó por sorpresa en una situación fiscal más que comprometida, sin ninguna reserva de liquidez para enfrentar imprevistos. En su actuar, hemos visto aspectos obvios y cajoneros conforme al protocolo sanitario internacional: primero, intentar evitar la propagación del mal (cuarentena) y curar a los desventurados, y, luego, tratar de ayudar a quienes han perdido, o perderán, sus empleos y a los que de alguna otra forma sufren por las restricciones a las libertades básicas de desplazamiento, producción y trabajo; es decir, matar dos pájaros de un tiro.

Desafortunadamente, el Gobierno no tiene suficientes recursos para financiar todos los gastos que demanda la atención simultánea de los dos objetivos, ni podrá trasladar esos costos indefinidamente a los ciudadanos sin forzar la pauperización de los contribuyentes ni crear expectativas tan negativas que inhiban la inversión y crecimiento futuros. Esto dará lugar a una especie de rapiña por acceder a los fondos públicos y una lucha campal por esquivarle el bulto a las nuevas exacciones para financiarlas.

Los empresarios, por Ej., exigen del Gobierno compensar a las pequeñas y medianas empresas por las pérdidas ocasionadas por las restricciones y otras desventuras de origen externo (como la virtual cesación del turismo), condonar deudas, alargar plazos de vencimiento crediticio y otras acciones relacionadas con el cobro de los servicios públicos; Albino Vargas, por otro, reclama a nombre de los sindicatos "el ensañamiento sobre la clase trabajadora mientras se exonera a otros sectores con mayor poder de compra". El comentarista, Jaime Ordóñez, se inclina por gravar con impuestos sobre la Renta e IVA a las Zonas Francas "chineadas históricamente por los fervorosos creyentes de la globalización" y a las utilidades de los bancos y grandes cooperativas; William Hayden, economista, aboga por usar las reservas del Banco Central como alternativa a nuevos impuestos. Yo agregaría que en los planes gubernamentales no se asoma la reforma del estado ni la privatización en serio como fuente de financiación.

Después del coronavirus, ¿Qué?

El Gobierno costarricense habrá de encarar su propio dilema. ¿Por cuánto tiempo podrá imponer restricciones a la actividad económica y cuántos recursos podrá destinar directa e indirectamente a paliar las consecuencias económicas de la pandemia? En eso, al contrario de la escogencia señalada líneas atrás, la voz cantante no la llevan los médicos ni científicos, sino los economistas, empresarios y trabajadores y, desde luego, la clase política (diputados, ministros). ¿Será fácil ponerlos de acuerdo? Y aquí es donde se abre la gran caja de Pandora.

De momento, el liderazgo lo lleva el ministerio de Salud, dada la "fase" en la que se ubica la contaminación viral: viajes, escuelas cerradas, centros de reunión clausurados, al igual que gimnasios, estadios, clubes, restaurantes (a media vela), discotecas, playas (de día), carreteras (de noche), y proveer abundante liquidez (BCCR y bancos públicos) y una propuesta muy controversial para gravar aún más los ingresos y salarios más elevados de los trabajadores y pensionados (ya, de por sí, altamente tasados). Pero todos esos esfuerzos no están exentos de riesgos.

¿Y si el esfuerzo no rinde frutos tempraneros? ¿Y si se agotan los recursos públicos y privados (impuestos, empréstitos) para financiar los gastos sin abortar la pandemia? A menos que se creara pronto en el extranjero una vacuna o remedio asequible para el mal, veo el futuro inmediato de nuestra economía muy comprometido.

Politización.

Aunque a algunos les disguste, el virus picó las fibras de la política, aquí y en otros lares. Según el columnista de L.A. Times, David Lauter, Trump, ha ganado popularidad con el manejo reciente de la pandemia, conforme a las encuestas recabadas por Real Clear Politics, pero el repunte podría ser pasajero. En Costa Rica, Carlos Alvarado parece haberse repuesto del escándalo de la Unidad de investigación sobre datos y personas, pero se corre un doble riesgo: no poder controlar a tiempo la espiral viral (aplanar la curva de contaminación) y dejar hipotecado el país. Con una economía en crisis, un déficit fiscal superior al 8% del PIB en 2020, como pronostica Moody's, un desempleo cercano al 20% de la fuerza laboral y, quizás, ajustes cambiarios elevados y uso extensivo de las reservas monetarias internacionales del Banco Central, será una cruz difícil de llevar.

Su partido, sin duda, enfrentará a un escenario tremendamente comprometido para enfrentar las próximas elecciones, a menos que la ideología haya cambiado a su favor, pues las guerras y pandemias aglutinan a los votantes alrededor de un estado grande, interventor y dispendioso, como argumenta persuasivamente The Economist en su última edición: the world is in the arly stages of a revolution in economic policymaking (el mundo está en la etapa inicial de una revolución en la política económica). Y agrega: the forces encouraging governments to retain and expand economic control are stronger than the forces encouraging them to relinquish it, meaning that a "temporary" expansion of state power tends to become permanent. (las fuerzas que estimulan a los gobiernos a retener y expandir el control económico son más fuertes que las fuerzas que lo animan a soltarlo, lo que implica que la expansión temporal del Estado podría volverse permanente). ¡Cuidado!

En el caso nuestro, la convergencia ideológica podría orientarse más a la izquierda que el perfil los partidos tradicionales de oposición (PLN, PUSC, PRSC y otros). De ser así, ¿Se arroparán algunos de ellos bajo una misma bandera para enfrentar "arrejuntados" esa nueva realidad estatista?
Lo sabremos en el 2022.

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