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Meloni cumple tres años en el poder: ¿Cómo venció la inestabilidad italiana?

Por Gustavo Arias | 22 de Oct. 2025 | 4:15 am

Italia solía ser sinónimo de inestabilidad. En los últimos 70 años, el país tuvo 31 primeros ministros y 68 gobiernos, una sucesión vertiginosa que convirtió la palabra "crisis" en rutina política. Sin embargo, en 2025 —cuando se cumple el tercer aniversario del ascenso de Giorgia Meloni— esa tendencia parece haberse roto. Su coalición de derecha ya superó los 1.000 días en el poder, un hito que pocos gobiernos italianos habían alcanzado desde la posguerra.

Meloni, de 48 años, es la primera mujer que dirige Italia y la figura más poderosa surgida de la derecha desde Silvio Berlusconi. En un país acostumbrado a mandatos breves y alianzas efímeras, su permanencia representa un cambio estructural: una derecha nacionalista que aprendió a gobernar sin implosionar.

Su ascenso comenzó el 25 de setiembre de 2022, cuando Hermanos de Italia obtuvo el 26% de los votos. Al día siguiente, el presidente Sergio Mattarella le encargó formar gobierno, marcando el inicio de un periodo de estabilidad inédita.

El poder sin contrapesos de Meloni

Ninguno de sus socios de coalición ha logrado hacerle sombra. Ni Antonio Tajani, canciller y líder de Forza Italia, ni Matteo Salvini, ministro de Infraestructura y jefe de la Liga, han conseguido disputar su liderazgo. Ambos sobreviven en el gobierno, pero sin influencia real. Incluso cuando intentan diferenciarse —como cuando Salvini criticó al presidente francés Emmanuel Macron justo después de que Meloni recompusiera su relación con París— terminan reforzando la figura de la primera ministra.

Los analistas coinciden en que el verdadero factor de estabilidad para Meloni no proviene del consenso, sino del vacío. "La oposición no existe", resumió el ex primer ministro Romano Prodi en La Repubblica. El Partido Democrático y el Movimiento Cinco Estrellas permanecen divididos, incapaces de articular una alternativa coherente. "Una oposición tan fragmentada se convierte simplemente en un viento fastidioso pero inofensivo", añadió Prodi.

Incluso dentro de la centroizquierda se reconoce el fenómeno. Graziano Delrio, exministro y referente del Partido Democrático, admitió en el Corriere della Sera que Meloni "ha encontrado una estrategia eficaz porque entra en sintonía con mundos distintos del suyo". Esa transversalidad, inédita en una líder de la derecha posfascista, explica buena parte de su éxito político.

Del populismo al pragmatismo

Meloni no llegó al poder como moderada. Su carrera comenzó en las juventudes neofascistas del Movimiento Social Italiano, y Hermanos de Italia mantiene símbolos que remiten a ese pasado. Pero desde 2022 su discurso ha mutado. La dirigente que gritaba "soy Giorgia, soy una mujer, soy una madre, soy cristiana" en los mítines, hoy habla con el tono calculado de una líder institucional.

Los analistas italianos describen este cambio como un proceso de "democristianización", en que Meloni aprendió la lección de los viejos dirigentes de la Democracia Cristiana: adaptarse, negociar y evitar rupturas innecesarias. En la práctica, esto significa renunciar a los extremos y presentarse como garante de estabilidad.

La metamorfosis de Meloni no es solo retórica. En economía, mantuvo la disciplina presupuestaria heredada de Mario Draghi, evitó confrontaciones con Bruselas y aseguró la continuidad de Italia dentro de la OTAN. Lo que parecía en un inicio una amenaza populista se convirtió en una continuación pragmática de la agenda anterior.

El rostro internacional de una derecha pragmática

Meloni también ha sabido proyectar su liderazgo más allá de las fronteras. Su participación, en agosto, en la cumbre de la Casa Blanca junto a Donald Trump, Volodimir Zelenski y otros líderes europeos le dio visibilidad global, y también intervino en la reciente cumbre sobre Gaza. En ese tipo de espacios defiende la necesidad de "una Europa del pragmatismo", menos burocrática y más respetuosa de las soberanías nacionales.

Esta visión la distingue tanto del europeísmo ortodoxo de Draghi como del euroescepticismo visceral de Salvini. Meloni ha buscado una tercera vía: cooperación con Bruselas sin renunciar a la narrativa nacional. En sus discursos, el término "soberanía" aparece con frecuencia, pero no como arma de ruptura, sino como reclamo de respeto.

Su política exterior se apoya en el llamado plan Mattei, un proyecto para invertir en África y frenar los flujos migratorios hacia Europa. También ha cultivado una relación estratégica con Catar, mediador en la guerra de Gaza, y ha defendido la continuidad del apoyo militar a Ucrania. En los hechos, la líder de Hermanos de Italia ha devuelto a su país un peso diplomático que parecía perdido.

Los límites del éxito: economía estancada y tensiones sociales

Pese a su control político, Meloni enfrenta límites estructurales. La economía italiana apenas crece un 0,6%, y la deuda pública ronda el 140% del PIB, una de las más altas del mundo desarrollado. El margen para financiar sus promesas —reducción de costos energéticos, plan de viviendas para jóvenes— es mínimo.

Su política migratoria ha generado tensiones dentro y fuera de Italia. Durante la campaña, Meloni prometió frenar la inmigración irregular, pero su gobierno ha aprobado cuotas para otorgar cerca de medio millón de permisos de trabajo a migrantes no europeos en los próximos años, con el fin de atender la escasez de mano de obra. Al mismo tiempo, impulsó acuerdos polémicos, como el pacto con Albania para instalar centros de detención y repatriación de migrantes fuera del territorio italiano, y el financiamiento a la Guardia Costera libia para interceptar embarcaciones en el Mediterráneo

En el frente interno, el gobierno de Meloni impulsó un decreto de seguridad que endureció las sanciones por disturbios y daños durante manifestaciones, una medida que organizaciones civiles consideran un riesgo para la libertad de protesta. También ha promovido una reforma constitucional conocida como "premierato", que plantea la elección directa del primer ministro por parte de los ciudadanos. La propuesta, aún en trámite parlamentario, busca dar mayor estabilidad al Ejecutivo, pero sus críticos advierten que podría concentrar demasiado poder en manos del jefe de gobierno y reducir el papel del Parlamento y del presidente de la República.

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