Hace poco se publicó el Estado de la Educación 2025, por parte del Programa Estado de la Nación. Este instrumento, es un reporte que permite tomar una fotografía anual, y mostrar algunos indicadores que en principio, representan una situación de cómo avanza la educación en el país.

El reporte se fundamenta en varios indicadores que capturan aspectos de acceso y cobertura educativa, permanencia y éxito escolar, calidad de los aprendizajes, inversión y financiamiento, así como condiciones del sistema, equidad y gestión de políticas. Entre ellos destacan las tasas de matrícula y conclusión de estudios, los resultados de pruebas nacionales e internacionales como PISA y ERCE, los niveles de inversión educativa en relación con el PIB, el estado de la infraestructura, la disponibilidad y formación docente, además de las brechas territoriales y socioeconómicas que reflejan la desigualdad en el acceso y los logros educativos.

Hay que tener muy claro, que el Informe Estado de la Educación 2025 (y anteriores) se presenta como un ejercicio de monitoreo y análisis descriptivo, no está diseñado para establecer relaciones causales definitivas entre las variables observadas, sino para documentar tendencias, evidencias e indicadores clave que permitan comprender el estado del sistema educativo, contextualizarlo y servir de insumo para el debate y la creación de políticas públicas. En ese sentido es un instrumento de gran valor para poder medir la situación de la educación, y este esfuerzo definitivamente debe continuar.

El Informe del 2025 señala que la crisis educativa de Costa Rica responde a un conjunto de factores acumulados, rezagos estructurales que se arrastran por décadas, un “apagón educativo” producto de las huelgas y la pandemia entre 2018 y 2022, y una gestión reciente marcada por la ausencia de un plan claro, la improvisación y la falta de continuidad en programas clave, lo que ha profundizado aún más el deterioro de los aprendizajes.

Todo bien, pero el tercer punto, en particular la afirmación sobre la falta de continuidad en programas clave, me genera un conflicto. No porque niegue el daño que provoca desmontar políticas sin alternativas, sino porque el decaimiento en indicadores de educación ocurre incluso durante el funcionamiento de esos “programas clave”, y porque muchas veces esos mismos programas, aunque bien intencionados, terminan convertidos en estructuras rígidas que apenas sostienen un sistema en decadencia. Entonces me pregunto si la crítica debería ir sólo hacia la ausencia de continuidad, o más bien hacia la incapacidad de renovar lo que ya mostraba signos de agotamiento.

Además, en el informe se omite por completo, tal vez por no se su objetivo, el enorme desfase entre la educación y la sociedad digital. Mientras el mundo avanza a un ritmo acelerado, interconectado y mediado por tecnologías que transforman cada aspecto de la vida, la educación sigue atrapada en un universo paralelo, sostenida en estructuras arcaicas que parecen más propias del siglo XIX que de nuestro presente. Esa desconexión no sólo limita la pertinencia de lo que se enseña, sino que profundiza la sensación de que el sistema educativo camina en dirección contraria a la realidad que deberían habitar sus estudiantes.

Un ejemplo de esa desconexión, fue lo que sucedió en la pandemia de COVID-19, la cual agregó una tensión adicional entre tecnología y educación. Ante el cierre de las escuelas, los sistemas educativos se vieron forzados a trasladar sus dinámicas a entornos virtuales sin un plan pedagógico real de educación en línea. Lo que ocurrió no fue una transformación del modelo, sino la simple transposición de la lógica escolar tradicional, clases magistrales, tareas y evaluaciones estandarizadas, a plataformas digitales. Este traslado acrítico no sólo reveló las limitaciones del sistema, sino que, y esto es solamente mi hipótesis, también modificó la percepción de los estudiantes, para muchos y muchas, la educación dejó de percibirse como un espacio de aprendizaje significativo y pasó a ser una experiencia distante, burocrática y mediada por pantallas o sistemas digitales, acentuando la desconexión entre la escuela y la vida digital cotidiana.

Para mí, esa es una de las razones principales detrás de la caída en la capacidad de razonamiento, en la comprensión de las matemáticas y en otras áreas fundamentales. No se trata sólo de recursos o programas puntuales, sino de un desfase profundo entre el mundo en que viven los estudiantes y el mundo que les proponen las escuelas y colegios. Si la educación no se alinea con una lógica de sociedad digital, donde el conocimiento circula, se construye y se transforma de manera distinta, seguiremos formando jóvenes con herramientas del pasado para problemas del presente. Y justamente ahí es donde deberíamos apuntar los esfuerzos de transformación.

La Sociedad Digital y La Educación de Imprenta

Observemos los resultados de PISA desde el 2009,

Yo acá construyo un gráfico con más información no sólo lineas unidas por puntos. Las líneas de ajuste (líneas punteadas) y los intervalos de confianza (franjas alrededor de las líneas) nos ayudan a recordar que los resultados de PISA no son valores exactos y fijos, sino estimaciones que pueden variar dentro de un rango. Cuando graficamos sólo una línea continua, da la impresión de que existe una tendencia perfectamente definida y sin margen de error, lo cual es engañoso. Los intervalos de confianza muestran, en cambio, la franja de posibles valores donde con alta probabilidad se encuentran los puntajes reales. Así entendemos que la caída observada en los resultados es consistente y significativa, pero no debe interpretarse como una trayectoria rígida, sino como una tendencia dentro de un rango de variación estadística.

En la figura, pienso que se muestra con claridad que, aún con los programas que se desmontaron recientemente, el país no lograba mejorar su rendimiento desde hace tiempo, no es un problema reciente. La caída sostenida en lectura, ciencias y matemáticas se arrastra desde 2009, atravesando varias administraciones. Las líneas de ajuste podrían indicar, o así lo interpreto yo, de que este decaimiento no responde tanto a un empeoramiento de la formación, sino a su inmovilidad, un sistema que no cambia mientras el mundo de los estudiantes sí lo hace, y lo hace a gran velocidad. Así, lo que se ofrece en las escuelas y colegios (y universidades) se vuelve obsoleto frente al contexto digital en el que viven.

Lo paradójico es que la prueba PISA se mantiene igual, es el mismo tipo de exámen de hace décadas, sus parámetros no han cambiado. No es que de pronto se haya perdido la capacidad de formación, sino que pienso hemos perdido a los estudiantes, lo que se les ofrece ya no conecta con su mundo ni con la forma en que aprenden y se relacionan en la sociedad digital. El sistema educativo sigue repitiendo esquemas antiguos, mientras ellos avanzan en otras direcciones, lo que vuelve esos aprendizajes no sólo insuficientes, sino irrelevantes para su realidad, a los y las estudiantes ya no les importa la educación de la misma manera.

De herramientas tecnológicas a humanos tecnológicos

La digitalización de la sociedad ha puesto en evidencia un desfase profundo entre el mundo en el que vivimos y los modelos de educación que siguen predominando. No se trata simplemente del “uso” de la tecnología en las aulas, sino de reconocer que la humanidad misma se ha transformado, somos seres híbridos, cyborgs culturales y sociales, cuya identidad, memoria y formas de relación están atravesadas por dispositivos, datos y algoritmos, nos guste o no. A pesar de eso, la escuela continúa operando con la “gramática de la escolarización” heredada del siglo XIX, asignaturas rígidas, agrupación por edad, evaluaciones estandarizadas y transmisión vertical del conocimiento.

En ese contexto, abundan discursos que culpan a la tecnología de los problemas educativos. Se suele afirmar que los teléfonos son una distracción, que escribir a mano es mejor que teclear, o que leer en pantallas erosiona la comprensión lectora. Estos argumentos típicos tienden a confundir síntomas con causas. Los dispositivos no son la raíz de la crisis de atención ni de la pérdida de comprensión; más bien, son el reflejo de un modelo escolar incapaz de dialogar con la experiencia vital de estudiantes que ya habitan en un ecosistema digital. El problema no está en los teléfonos o en el teclado, sino en que la educación sigue enseñando, y midiendo el aprendizaje con parámetros diseñados para otro tipo de humanidad.

Las políticas educativas, a su vez, se ven atrapadas en esta lucha. La investigación muestra que los efectos de las reformas rara vez se perciben en el corto plazo, los cambios pueden tardar entre tres y cinco años en generar resultados medibles, y muchas veces se diluyen. Una mirada más profunda sugiere que los impactos genuinos sólo pueden observarse cuando una generación completa atraviesa el ciclo educativo bajo el nuevo paradigma. Es decir, el efecto real de una reforma curricular o pedagógica no debería evaluarse a los pocos años, sino cuando los estudiantes formados desde preescolar hasta secundaria se gradúan, lo cual implica horizontes de diez a quince años.

Aquí surge lo que pienso es una paradoja central, mientras la política opera con plazos de cuatro años y exige resultados inmediatos, la educación requiere horizontes generacionales. Esto explica en parte por qué tantas reformas fracasan o se interrumpen antes de madurar. Y al mismo tiempo, evidencia la necesidad de pensar la educación no como un aparato aislado, sino como un proceso de formación de sujetos posthumanos, seres que ya viven en un mundo tecnogénico, es decir, un mundo que no se limita a un “efecto de la tecnología”, sino que la tecnología se convierte en una fuerza generadora, capaz de crear ambientes, realidades, y hasta nuevas condiciones de existencia. Sólo desde esa perspectiva es posible superar la lógica del “uso de tecnología” y replantear la educación como un espacio de integración plena con la sociedad digital en la que habitamos

Educación en un Mundo Tecnogénico

Cuando hablo de una educación para una sociedad tecnogénica, parto de la convicción de que ya no podemos entendernos como seres separados de la tecnología, somos cyborgs. Vivimos en una condición aumentada, donde lo biológico, lo social y lo digital se entrelazan de forma inseparable. Desde allí, lo que propongo es un marco pedagógico que integra tres principios fundamentales, una enseñanza intuicionista, que devuelve al aprendizaje su raíz vivencial y sensible, permitiendo que los estudiantes confíen en su intuición como punto de partida del conocimiento, basado en ideas de lo que se conoce como matemáticas intuicionistas; una enseñanza constructivista, que reconoce al estudiante como protagonista activo, constructor de significados a través de proyectos, problemas y experiencias colectivas; y una pedagogía aumentada con inteligencia artificial, que no sustituye al docente, sino que amplifica sus capacidades, ofreciendo personalización, espacios de exploración más ricos y tiempo liberado para la creatividad y la reflexión crítica. Donde la IA es un mediador, un agente adicional formando una tríada docente estudiante y máquina, donde la máquina (IA) es generadora de contexto y amplificadora de ideas. En conjunto, estos principios podrían marcar un camino para superar el desfase entre la escuela tradicional y la sociedad digital, y para repensar la educación como un proceso dialógico entre humanos y tecnologías, capaz de formar sujetos autónomos, creativos y plenamente integrados en la realidad tecnogénica contemporánea.

Comentario final

Esto no es una crítica al informe, sino a lo establecido, a la tradición.

Lo que planteo son posibilidades. Mi intención es pensar en algo que nos mueva en otra dirección, cambiar el discurso de lo común, la repetición de los mismos problemas con las mismas soluciones.

Director Escuela de Sistemas Inteligentes

Universidad CENFOTEC

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