La revolución será televisada: ‘Andor’ y la insurgencia en clave Star Wars
Cierra su segunda temporada como la producción más sólida que ha surgido del universo Star Wars desde la compra de la franquicia por Disney
Tanto para decir de Andor, y todo para bien.
Primero lo básico: completada ya su segunda y última temporada, es sin duda la mejor serie original que ha hecho Disney+, por encima de cualquiera de las de Marvel Studios. Y, sin exagerar, es la mejor producción de la franquicia Star Wars desde que esta fue adquirida por Disney en 2012.
En lo personal, la dejo como contendiente a la mejor serie del 2025, a la par de Adolescencia. Si al concluir el último episodio usted no le dio play de inmediato a Rogue One, entonces deje de leer esto y hágalo ya. Es muy rara la ocasión en que una precuela funciona tan bien que nos impulsa a revisar con nuevos ojos la historia que la originó, aunque sea una película de hace más de 10 años. Creo que solo con Better Call Saul me había pasado algo similar.
Andor es la historia menos Star Wars de Star Wars: es tremendamente humana, incluso difícil de ver, con frecuentes episodios de dolor para la audiencia. Sus personajes no son jedis ni criaturas coloridas diseñadas para vender figuritas. Los buenos no son tan buenos, ni los malos tan malos. Cassian (Diego Luna) comete en cada capítulo acciones muy cuestionables, Luthen (Stellan Skarsgård) es un antihéroe sin aspiraciones de redención, y hasta los “villanos” Dedra (Denise Gough) y Syril (Kyle Soller) despiertan empatía, tan ambiciosos como vulnerables.
Que esta serie haya salido bajo el ala de Disney, una corporación global que suele apostar por lo seguro, vuelve aún más impactante su mensaje: Andor no teme hablar de represión, adoctrinamiento, vigilancia masiva y sacrificio político. Y lo hace con una seriedad pocas veces vista en franquicias tan populares.
Esta es una historia anclada en nuestra realidad, una que asusta ante las similitudes entre las políticas imperiales de Palpatine y las que implementan hoy algunos gobiernos populistas y autoritarios: manipulación de poblaciones vulnerables, propaganda como herramienta de desinformación, censura, persecución de opositores. Y del otro lado, el caos propio de la resistencia ciudadana: acciones desarticuladas, enfrentadas.
Andor se desarrolla en una galaxia ficticia, pero su relato es dolorosamente real. No hace falta mucho esfuerzo para ver en la brutalidad del Imperio reflejos de los regímenes militares de América Latina, o de las maquinarias autoritarias modernas que manipulan, vigilan y eliminan disidentes con la misma eficiencia que la ISB.
La serie se desarrolla en una galaxia muy, muy lejana, pero en esencia es una historia de insurgencia frente a una dictadura militar que bien podría situarse en la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial, o en las comunidades rurales de Centroamérica en los años 80. La masacre de Ghorman (el episodio 8 es, sin duda, el mejor de la temporada y ya un clásico de la televisión) se inspira sin disimulo en hechos reales como Tlatelolco o Tiananmén.
Mientras otras producciones de Star Wars se enfocan en linajes mágicos y conflictos interplanetarios, Andor mira hacia abajo: al ciudadano común, al burócrata atrapado en un engranaje, al rebelde sin certezas. Es una historia sobre el costo humano de la política.
Aquí todos los personajes importan: el trauma de Bix (Adria Arjona), el tiempo perdido entre Vel (Faye Marsay) y Cinta (Varada Sethu), la dolorosa realización de Partagaz (Anton Lesser) de que todo se acaba. Y, desde luego, el último momento de Syril (Kyle Soller): por mucho, la mejor escena de toda la serie. Hasta Bail Organa (Benjamin Bratt, en el recast) —que en las películas era un personaje acartonado— aquí se siente vivo, antipático y hasta soberbio.
Andor nos metió en las intrigas de los adinerados y poderosos, de los burócratas, de los mandos medios y de la gente de a pie. También nos mostró sus pequeñas victorias y los enormes sacrificios que muchos están dispuestos a hacer en pos del bien mayor, por un futuro del que saben que no podrán tomar parte.
Seguiré amando al viejo Star Wars, a los Skywalker y sus androides cómicos. Pero ahora sé que esta historia puede ir mucho más allá (o más bien más acá), que Star Wars puede hacernos llorar, asustarnos y reflejarnos. Y quisiera pensar que ya hay en Lucasfilm una lista con otros Tony Gilroy y Diego Luna: artistas con ganas de llevarnos a una galaxia que George Lucas no podía imaginar.
Andor es más que una serie de ciencia ficción: es una advertencia. En tiempos donde el autoritarismo se disfraza de estabilidad y la propaganda se cuela en cada rincón de la vida digital, esta serie nos recuerda por qué resistir, aunque parezca inútil, sigue siendo necesario.
Por todas las razones, vean Andor. Mientras tanto, quiero pensar que Kleya (Elizabeth Dulau), cuya historia resultó una de las más ricas de toda la trama, finalmente encontró la paz.