La educación religiosa: una piedra preciosa, desconocida y valorada por muchos
En nuestras casas solemos tener objetos que, a simple vista, parecen insignificantes o carentes de valor. Sin embargo, en diversas ciudades del mundo se han descubierto cuadros, esculturas y otros artículos que resultaron ser verdaderos tesoros. Un ejemplo reciente proviene de Rumanía, donde en una casa se halló una piedra que impedía que una puerta principal se cerrara. Pertenecía a una mujer que falleció en 1989. Lo que parecía una simple roca de 3,5 kilos resultó ser una piedra de ámbar de entre 38 y 70 millones de años de antigüedad, un hallazgo que los expertos calificaron como invaluable.
Este suceso nos invita a reflexionar sobre el valor oculto que a menudo no reconocemos, un paralelismo perfecto con la educación religiosa en nuestras escuelas. Para muchos, especialmente aquellos en posiciones de liderazgo público, la formación religiosa puede parecer un complemento o una asignatura sin mayor relevancia en comparación con otras disciplinas académicas. Sin embargo, al igual que la piedra de ámbar descubierta, la educación religiosa es una joya preciosa, desconocida y, sin embargo, valorada por quienes comprenden verdaderamente su importancia.
Lejos de ser un simple adoctrinamiento dogmático, la educación religiosa en Costa Rica se basa en una formación integral. En esta formación, Dios no es solo un concepto abstracto, sino una fuente de inspiración y motivación para los estudiantes, quienes son guiados hacia una vida más ética y solidaria. En un mundo que a menudo parece torcido y falto de caridad, la educación religiosa tiene el poder de moldear corazones, inspirar actitudes positivas y fortalecer los valores necesarios para construir una sociedad más justa y compasiva.
Hoy en día, en muchos hogares, las conversaciones sobre Dios y la fe son cada vez menos comunes. Por lo tanto, las escuelas se convierten en una oportunidad invaluable para que los estudiantes no solo conozcan la fe, sino también la integren en sus vidas cotidianas. En las aulas, el conocimiento académico se entrelaza con los valores cristianos, permitiendo que los estudiantes configuren su vida desde una perspectiva integral: desarrollándose no solo intelectualmente, sino también como seres humanos completos, con principios y actitudes que reflejan el amor, la justicia y la solidaridad.
Así como la piedra de ámbar, aparentemente insignificante, resultó ser un tesoro incalculable, la educación religiosa es un recurso invaluable que, aunque a menudo subestimado, posee un profundo valor para quienes la reconocen y abrazan. Es un elemento clave en la formación de ciudadanos con una ética sólida, capaces de enfrentar los desafíos del mundo moderno con esperanza, compasión y sabiduría. En nuestras escuelas, la educación religiosa no es simplemente un tema curricular; es una piedra preciosa que, cuando se valora, tiene el poder de transformar vidas y comunidades.
Recientemente, he escuchado a muchos costarricenses lamentarse de la decadencia de nuestra sociedad: una sociedad afectada por la falta de valores, el aumento de la violencia, la ausencia de empatía, el egoísmo y la corrupción. Sin embargo, dentro de ese mismo discurso, a menudo criticamos el aporte que se hace desde la educación religiosa, una educación que no busca imponer dogmas, sino formar seres humanos íntegros y comprometidos con su entorno. Cristo, con su ejemplo de amor, servicio y justicia, tiene mucho que enseñarnos sobre cómo ser ciudadanos auténticos, leales y solidarios.
Ante esta realidad, surge una pregunta inevitable: si ya vivimos tiempos difíciles a pesar del aporte que la educación religiosa brinda en la formación de valores, ¿qué nos espera si eliminamos esta oportunidad de las aulas? En un contexto donde muchas familias han dejado de transmitir principios fundamentales para la vida, la escuela se convierte en uno de los pocos espacios donde los estudiantes pueden recibir esa orientación ética y espiritual que los guíe hacia una convivencia más humana y justa. Si apartamos a Dios de este proceso, ¿quién o qué llenará ese vacío en la formación de las futuras generaciones?