Juan K, el mascarero que convirtió su pasión en el alma de las tradiciones costarricenses
Cada octubre, las calles de Costa Rica se llenan de color, alegría y tradición con las mascaradas que desfilan entre risas, música y sustos. Estas figuras, que a veces provocan miedo y otras tantas una sonrisa de oreja a oreja, forman parte de una de las costumbres más queridas por los ticos. Detrás de cada máscara hay manos talentosas que, con paciencia y pasión, mantienen viva una tradición que trasciende generaciones.
Uno de esos artistas es Juan Carlos Díaz, más conocido como Juan K, quien desde hace más de 15 años se ha consolidado como uno de los mascareros más reconocidos del país, destacando por su dedicación, creatividad y por preservar con orgullo este arte tan representativo de la cultura costarricense.
Díaz reside en Fátima de Desamparados y, durante varios años, se ha convertido en uno de los mascareros más solicitados del país. Pero dejando por un momento las mascaradas, centrémonos en su historia: la de un hombre que, con esfuerzo y entrega, ha hecho de su pasión una forma de vida. Quien lo ve trabajar no duda en notar que vive y siente profundamente este arte, que pasó de ser uno de sus mayores pasatiempos a convertirse en su sustento.
¿Cómo nace la historia de Juan K? Su pasión no proviene de una herencia familiar, sino de un amor que nació desde pequeño. La primera vez que vio pasar las máscaras frente a su casa quedó impresionado; algo en su interior despertó una curiosidad que lo llevó a buscar cómo acercarse a ese mundo. Uno de los mascareros más reconocidos de su zona le brindó la oportunidad de tener un espacio en su taller para observar el proceso de creación. Con los ojos brillosos y llenos de ilusión, Díaz pasaba horas viendo aquella maravillosa artesanía cobrar forma.
Una de las primeras ocasiones en las que utilizó una máscara fue a sus cuatro años, cuando su padre le hizo una de cartón. Sin vergüenza alguna y con gran orgullo, decidió portarla. Con el tiempo, comenzó a salir con sus amigos y alquilar máscaras para las fiestas de Desamparados. Fue entonces cuando se hizo la pregunta que lo cambiaría todo: "¿Por qué alquilo las máscaras si yo puedo hacerlas?" Con la ayuda de un amigo, creó su primera máscara y, como decimos los ticos, se mandó al agua solo.
Desde los 15 años comenzó a elaborarlas de manera formal. A lo largo del tiempo, su mayor inspiración ha sido ver la felicidad de las personas cuando portan las máscaras, cuando bailan y se deja sentir la verdadera magia. Aunque algunas pueden causar miedo, la intención de Juan K es que se conviertan en un motivo de alegría más que de terror.
Me inspira saber que hay un padre haciendo el esfuerzo por comprar una máscara para estrenarla en Navidad o en el cumpleaños de su hijo. Eso me motiva para que no se pierda la tradición, mencionó Díaz a CRHoy.
Una de las cosas que más disfruta es convertirse en una especie de Santa Claus, pues muchos padres lo buscan para que les confeccione una máscara como regalo de cumpleaños para sus hijos.
Muchos podrían preguntarse: ¿Tomó algún curso? La respuesta es clara: no. Nunca existió una "universidad de mascareros" que le enseñara su oficio. Su pasión, acompañada de ensayo y error, lo ha llevado a convertirse en un gran artesano. Además, él mismo realiza rostros de personas y, gracias al internet, ha aprendido sobre la anatomía humana, lo que le ayuda a perfeccionar sus obras. Sin embargo, es su imaginación la que hace la verdadera magia.
El proceso de creación de una máscara comienza en el momento en que recibe el pedido. Entonces, Juan K solicita fotografías de la persona en distintos estados de ánimo, ya que en ocasiones toma los ojos de una imagen y la sonrisa de otra. "El rostro cambia según la expresión", comenta. Luego, utiliza moldes en forma de bombillo para comenzar a colocar la arcilla y dar la forma deseada.
Una vez terminado el molde, envía una fotografía al cliente para su aprobación y evitar errores. Tras la validación, refina los detalles, aplica fibra de vidrio y deja endurecer la pieza durante aproximadamente 24 horas. Es en ese punto cuando empieza la parte más delicada: retirar la arcilla, unir las piezas y comenzar lo que él llama "darle vida" —el proceso de pintura y acabado final— hasta dejar la máscara lista para su entrega.
El precio de sus máscaras oscila entre ₡80.000 y ₡200.000, según el tamaño, los detalles y los acabados. Su trabajo es complejo y representa uno de los oficios artesanales más hermosos del país.
Aunque muchos creen que su arte termina ahí, la realidad es que no es así. Actualmente, también tiene una agrupación de cimarrona con la que ofrece espectáculos junto a las mascaradas. "Sin mascaradas no hay cimarrona, y sin cimarrona no hay mascaradas", dice. Cuando empezó a recibir solicitudes para ofrecer ambos servicios, debía contratar una agrupación. Fue entonces cuando decidió formar la suya propia. Con el tiempo, aprendió a tocar la trompeta y hoy es el trompetista principal del grupo.
Una de las cosas más significativas para este mascarero es haber unido ambos artes. Aunque su profesión es administrador de empresas, esa nunca fue su verdadera pasión. La carrera de su corazón siempre fue ser mascarero.
Me alegra mucho tener ambas facetas y poder acercar a personas que también sienten esta pasión, expresó el artista.
Juan K sueña con no dejar nunca esta profesión que eligió con el corazón: una pasión que lleva en lo más profundo de su alma y por la que da todo su esfuerzo para mantener viva esta tradición costarricense que cada octubre vuelve a llenar de magia las calles del país.




