Haití: ¿Podrá la nueva misión internacional frenar el poder de las pandillas?
En Puerto Príncipe, la capital de Haití, la vida cotidiana es una lucha por sobrevivir. Las pandillas dominan casi todos los barrios: realizan retenes, cobran peajes ilegales y secuestan.
La magnitud de la tragedia es estremecedora. Desde 2022, más de 16.000 personas han muerto a causa de la violencia, según datos de Naciones Unidas. Solo en 2024, los homicidios superaron los 5.600, un récord que refleja el colapso de la seguridad y del Estado.
Frente a esta situación, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó esta semana el despliegue de una fuerza multinacional liderada por Kenia y financiada en gran parte por Estados Unidos. Su objetivo: apoyar a la debilitada Policía Nacional de Haití, recuperar el control de la capital y garantizar que la ayuda humanitaria llegue a un país donde millones enfrentan hambre, desplazamiento y miedo.
¿Cómo llegó Haití a este punto?
La crisis actual es la suma de décadas de fragilidad. Haití es el país más pobre del hemisferio occidental: casi un tercio de su población sobrevive con menos de $2,15 al día, según el Banco Mundial.
A la pobreza estructural se suman catástrofes que han golpeado a varias generaciones. El terremoto de 2010 dejó entre 200.000 y 300.000 muertos y destruyó gran parte de Puerto Príncipe. Poco después, una epidemia de cólera se cobró más de 7.000 vidas. En 2021, otro sismo, esta vez de magnitud 7,2, volvió a arrasar la frágil infraestructura del país.
La política tampoco ha dado respiro. Tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021, Haití cayó en un vacío de poder que aún no se resuelve. El Estado perdió el control de amplias zonas urbanas, y hoy Naciones Unidas estima que el 80% de Puerto Príncipe está bajo el mando de las pandillas.
La vida bajo las pandillas
La violencia se volvió parte de lo cotidiano. Desde febrero de 2024, los grupos armados extendieron sus ataques a hospitales, estaciones de policía y barrios residenciales. En muchos distritos, las familias permanecen encerradas, con miedo de mandar a sus hijos a la escuela o salir a comprar comida.
El sistema de salud apenas resiste la arremetida: hospitales cerrados, personal en fuga y pacientes que mueren sin atención. Incluso organizaciones con experiencia en crisis extremas se han visto obligadas a suspender operaciones por la imposibilidad de garantizar la seguridad.
Hambre y desplazamiento
La violencia coincide con un aumento dramático del hambre. Según el Programa Mundial de Alimentos, casi la mitad de la población —unos 5,7 millones de personas— sufre inseguridad alimentaria, y al menos 277.000 niños padecen desnutrición aguda.
Al mismo tiempo, más de 1,3 millones de personas han sido desplazadas dentro del país, la mitad de ellas menores de edad. Muchos sobreviven en campamentos improvisados, sin agua potable ni saneamiento. Otros intentan huir hacia República Dominicana, pero la frontera se ha vuelto cada vez más hostil.
La nueva misión internacional
Ante el colapso, la ONU autorizó una fuerza multinacional con un mandato inicial de un año. El contingente estará liderado por Kenia, contará con el apoyo de países del Caribe y de África, y tendrá respaldo logístico y financiero de Estados Unidos.
La misión busca asistir a la policía haitiana en operaciones contra las pandillas, proteger infraestructuras críticas como hospitales y puertos, y garantizar la entrada de ayuda humanitaria.
El peso del pasado
El anuncio despierta esperanza, pero también escepticismo. Haití ha sido escenario de más de una docena de intervenciones extranjeras en el último siglo, con resultados ambiguos.
La Misión de Estabilización de la ONU (MINUSTAH), que operó entre 2004 y 2017, logró reducir la violencia en un primer momento, pero dejó un legado de desconfianza: escándalos de abusos sexuales y la introducción del cólera marcaron a la sociedad haitiana.
¿Funcionará esta vez?
El reto es monumental. El Estado haitiano apenas existe fuera de algunos despachos oficiales, mientras que las pandillas ejercen un poder que va más allá de lo militar: controlan mercados, territorios y hasta la distribución de alimentos y combustible.
Analistas destacan una diferencia clave: a diferencia de intervenciones pasadas, esta fuerza no busca sustituir a las instituciones locales, sino reforzar a la policía haitiana. Sin embargo, sin un plan de reconstrucción institucional y de inversión social, el riesgo de repetir los errores del pasado es alto.