Hablemos de infidelidad: sin juicios, con consciencia y humanidad
Lo que pasó en el concierto de Coldplay no fue solo un momento viral. Es una herida expuesta frente a miles de personas. Una escena incómoda, sí… pero también profundamente humana, y sobre la cual hay mucho que podemos reflexionar.
Como terapeuta de pareja, lo que más ruido me ha hecho no es la infidelidad en sí, sino la reacción social ante ella: burlas, memes, juicios, como si el dolor ajeno fuera un espectáculo. Pero… ¿qué dice eso de nosotros?
Quiero empezar por un hecho concreto: la infidelidad no es un acto aislado. Es un síntoma, una señal de que algo se rompió mucho antes de que pasara el engaño. A veces, heridas no habladas, heridas no trabajadas, necesidades ignoradas, vínculos que se volvieron rutina. Eso no la justifica —nada justifica una infidelidad—, pero ayuda a entender.
Y la realidad es que cuando hablamos de relaciones ajenas, no tenemos el contexto. Aun así, seguimos simplificando algo tan complejo con frases como "qué idiota el que perdona" o "qué descaro el que fue infiel". Y vuelvo a repetirlo: nadie más que quienes viven esa relación conocen el contexto, el dolor, los matices, la historia.
Por eso, es indispensable decirlo claramente: Perdonar no es de tontos. Quedarse no es de débiles. Irse tampoco es de cobardes. Lo importante es que sea una decisión de cada persona, honesta, consciente, y no empujada por el juicio ajeno.
Veo la oportunidad de hablarle a ambas partes.
A quien fue infiel: esto no se trata de justificar, sino de asumir. De hacerse cargo con honestidad y valentía, porque lo que hizo tuvo consecuencias, y es necesario reconocer el impacto causado. Pero eso no lo vuelve una mala persona. Tal vez actuó desde el miedo, desde la desconexión, desde heridas que no supo nombrar. Y aunque eso no excusa el daño, sí puede abrir una puerta: la de aprender, la de transformar, la de reparar si la otra persona también lo desea.
Reconocer lo hecho, pedir perdón de forma genuina y revisar qué llevó hasta ahí también es parte de su poder. Porque equivocarse no define… lo que se elija hacer después, sí.
Y a quien le fueron infiel: no tiene por qué escuchar los juicios de afuera, ni sentirse menos por lo que pasó. Una infidelidad no define su valor y, más bien, todo ese dolor puede ser una oportunidad para verse con más profundidad, para encontrar aprendizajes sobre sí mismo, sobre lo que necesita, sobre cómo quiere vivir sus relaciones. Reconstruir es importante y totalmente posible —ya sea solo o en pareja—, y eso también habla de su poder. No se trata de victimizarnos, sino de reconocernos en medio del dolor y elegir desde ahí.
Ahora, invito a algo más grande que nos compete a todos: mirar hacia adentro.
Porque la verdadera fidelidad no empieza en la pareja. Empieza con cada uno. Con ser fiel a lo que siente, a lo que dice, a lo que promete. Tener el coraje de decir: "esto ya no me hace bien", antes de hacer daño. Y, también, tener la humildad de decir: "me equivoqué, pero quiero reparar".
Que esta conversación no se quede en un escándalo viral. Que se convierta en un espejo. Uno que nos ayude a sanar, a crecer y a construir relaciones más conscientes.