Esto es lo que mis pacientes me han enseñado sobre la muerte
La vida es corta y larga a la vez, y no hay enojo que valga la pena…
Pocas veces hablamos del tema que les traigo. ¿Será quizás porque le tenemos un poco de temor que le huimos a hablarlo abiertamente? No lo sé. Lo que sé es que en mis años de experiencia profesional he aprendido a ver y entender la muerte como algo tan natural como la vida. Sí, incluído el dolor que conlleva.
Lo sabemos, morir es parte del ciclo del cuerpo. Pero la realidad es que es una palabra y un tema que nos intimida. Nos cuesta afrontarlo, aceptarlo, tratarlo y simplemente hablarlo.
Sin embargo, quiero hablar hoy aquí abiertamente sobre este tema, porque en mi práctica profesional poco a poco he ido entendiendo y abriéndome a la idea de que la muerte, aunque duele, puede llegar también a ser un proceso llevadero. De aceptación. Uno que tiene el potencial de dolernos menos en alguna medida.
Así es. Sea un ser querido, un familiar, un amigo, o incluso nosotros mismos, cuando la vida nos pone en una encrucijada -quizás ante un diagnóstico médico difícil, grave o inclusive terminal-, el miedo nos invade y el dolor nos abraza.
Asociamos el final de la vida con pérdida, con dolor, con dejar ir, con tener que soltar. Y todo esto es natural, claro está. Y duele. Porque amamos la vida, amamos a nuestra gente… y tener que soltar y dejar ir algo que amamos no es fácil.
Sí, la muerte nos deja sin palabras, con el pecho hecho un nudo y con la mente casi en blanco. La hemos aprendido a ver como algo malo, precisamente por estos motivos. Algo que nos punza, nos hace daño, y si nos hace daño, ha de ser malo. Entonces mejor evitarla e ignorarla, porque quizás si la ignoramos no nos llegará.
Todos hemos experimentado este vacío de una u otra forma, y muy posiblemente en repetidas ocasiones.
En lo personal, recuerdo la pérdida de dos personas muy queridas de mi vida unos años atrás. Dos eventos que sucedieron a tres meses de diferencia uno del otro y que me marcaron para siempre. Estos dos eventos generaron un movimiento en mis adentros que poco a poco fueron moldeando mi forma de pensar y de sentir ante todo este tema. Más aún al compartir día a día con mis pacientes, todos entre los 90 y los 105 años de edad, esos últimos días, meses o años de sus vidas.
Cada conversación que ellos compartieron conmigo en sus últimos años de vida, cada momento, palabra, recuerdo y consejo, me enseñaron que la vida es un sueño, que es corta y larga a la vez, que no hay discusión o enojo que valga la pena, que no hay abrazo que no cuente, que no hay dicha más grande que el poder vivir agradecido cada día por lo que tenemos, por lo que sucede. Porque la vida se pasa pronto y al final, lo que nos quita la paz es precisamente lo que queremos evitar en ese momento tan íntimo y personal.
Recuerdo cómo cada uno de ellos, mis pacientes en vida, y mis allegados en su partida, me enseñaron a ver la muerte con menos temor y con más amor. Con más oportunidad de vivir mejor, de disfrutar a las personas que amamos verdaderamente. De disfrutar las cosas que hacemos cada día, desde lo más simple hasta lo más complejo.
Realmente hay una oportunidad en todo…inclusive en la pérdida.

Mis pacientes en vida, y mis allegados en su partida, me enseñaron a ver la muerte con menos temor y con más amor.
No podemos negar que perder a alguien a quien amamos dolerá, y dolerá para siempre, pero quiero pensar y motivar a pensar que el dolor que nos produce esa palabra, es algo que nos ha de impulsar a pensar más profundo y a querer vivir mejor, a aprovechar realmente nuestras relaciones y nuestro mundo.
¿Qué tal si en lugar de sentir que una noticia, diagnóstico o pérdida nos acorta la vida, nos está dando a la vez un empujón, una alerta, una oportunidad para vivir mejor, para querer más, para abrazar más, para perdonar, para alcanzar otro nivel de paz interior que todos merecemos?
Es difícil pensarlo así, lo sé.
Me ha tomado años de experiencias, conversaciones y la muerte misma al lado de mis pacientes para pensar en todo esto y llegar a asumirlo de una forma en que duele menos cuando lo pienso. Llegar a entenderlo de tal manera que cuando nos encontremos en esas encrucijadas de la vida, podamos asumirlas con mayor tranquilidad, paz y certeza de que estamos ante una experiencia de crecimiento – de cambio.
No temamos al cambio y aprendamos con cada experiencia a abrazar la vida.