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Es que no me tienen paciencia: las intrigas del elenco de El Chavo y la infancia de Chespirito

Por Victor Fernández | 27 de Jun. 2025 | 3:30 pm

El cuarto episodio de Sin querer queriendo, la serie biográfica de la plataforma HBO Max sobre Roberto Gómez Bolaños, es pura emotividad. No quiere decir que sea lo mejor de la televisión, pero es imposible no sentirse emocionado al recapitular el proceso que llevó a la creación de El Chavo del 8, por mucho el programa más emblemático y significativo de Chespirito. Claro está, eso sucede si usted, al igual que yo, tuvo una infancia permeada por evocaciones de tortas de jamón y “pelotas cuadradas”.

Si aún no ha leído las reseñas anteriores, aquí las encuentra:

Episodio 1 – "Zapatero a tus zapatos"
 • Episodio 2 – "No hay mal que por bien no venga"
 • Episodio 3 – "Que no panda el cúnico"

1936 | La gorra con orejeras y la vecindad original

En blanco y negro, como los recuerdos que se agolpan desde la niñez, la serie muestra el traslado de Roberto niño (interpretado por Dante Aguilar) a casa de sus tíos en Guadalajara. Su madre, agobiada por la economía y sola con tres hijos, lo envía en bus para que viva temporalmente con los parientes, en una casa cercana a una vecindad. En ese entorno de pobreza digna y personajes entrañables, donde la vida comunitaria es ineludible, se siembran las semillas del universo que luego Chespirito poblaría con sus creaciones.

La estética, que inevitablemente (y para bien) recuerda a Roma, de Alfonso Cuarón, deja ver cómo la experiencia personal de Gómez Bolaños fue moldeando lo que sería El Chavo del 8. Entre tanques de gas, macetas, lavaderos compartidos y niños que juegan bola, nacen los conceptos. El barril, el bolero, la pila donde se chismea, la torta de jamón, la niña de colitas que llora, el casero obeso que cobra la renta al inquilino escurridizo que no tiene para pagar, la madre soltera y aparentona. Las vecindades, conjuntos de viviendas de alquiler alrededor de un patio central, son parte aún hoy del tejido urbano mexicano y la serie que se grabaría en los años 70 miraba en realidad hacia la depresión económica de los años 30: esa infancia de escasez es la que definió el universo de El Chavo.

1971 | Fuga de talentos y construir con lo que hay

La narración salta a un punto crítico en la vida de Gómez Bolaños (interpretado en la adultez de manera más que convincente por Pablo Cruz Guerrero). Rubén Aguirre (Arturo Barba) y el productor Sergio Peña (Rafael Ernesto) se van atraídos por la competencia. Roberto se niega a hacer recasting del personaje del loquito Lucas Tañeda, pues —como se enfatiza— fue creado pensando exclusivamente en Rubén. Esa fidelidad a los actores marcaría toda su obra, y también sería el origen de futuras disputas por la propiedad de los personajes, cuando algunos del elenco reclamaron derechos sobre creaciones que, en el fondo, nacieron con sus rostros.

Entonces, y tras el éxito de El Chapulín Colorado, Chespirito busca crear un nuevo segmento para su programa: una historia vecinal que gira alrededor de un niño huérfano, tierno y travieso. Y comienza la búsqueda del elenco que terminaría siendo parte de la familia postiza de generaciones de latinoamericanos.

La dirección recrea las comedias mudas de Chaplin y Buster Keaton, dos faros que inspiran a RGB dentro de la trama. El parque donde Roberto observa a sus hijos jugar es clave: allí surge el “globero” amargado, arquetipo que culminará en Don Ramón, así como el traje de Godínez y el bailoteo emocionado de El Chavo. De nuevo, volvemos a recursos que ya vimos en los capítulos previos: presentar de un modo casi mágico el origen de muchos de los elementos característicos de los personajes e historias de Chespirito (lo cual resulta mucho más emocionante y divertido que ver a un escritor consumiendo cigarrillo tras cigarrillo, por horas, frente a una máquina de escribir, que es probablemente la versión más fidedigna de aquel proceso creativo).

Con pocos recursos, el set de El Chavo del 8 se arma con materiales que sobraban en bodega. No hay lujos ni decorados grandilocuentes. Solo referencias visuales y emocionales a las vecindades mexicanas que Roberto conoció en su infancia. La serie de los setenta recrea una década cuatro décadas anterior, y esa anacronía aporta cierta inocencia que el público aceptó sin problemas.

Con los personajes de la vecindad en su cabeza, Chespirito se lanza a ensamblar el reparto. Ramón Valdés (Miguel Islas) es el primero: encarna a la perfección al globero malhumorado del parque, quien no es otra cosa que un chambero, alguien que vive en la eterna informalidad laboral y le lleva el feeling a la calle. María Antonieta de las Nieves (Paola Montes de Oca), colaboradora habitual, encarna a La Chilindrina, la fiel amiga del protagonista.

Vemos la primera interacción entre Roberto y Marcos Barragán (Juan Lecanda, en una versión no oficial dentro de la serie de Carlos Villagrán), a quien incluso los guionistas asignan el apodo “Virolo”, variación nada discreta del mote de Villagrán, Pirolo. Marcos no es un actor profesional, pero le saca carcajadas a la gente con su show de comedia junto a Rubén Aguirre, por lo que Chespirito le ofrece el papel del niño envidioso y peleón que luego sería Quico.

Edgar Vivar (Eugenio Bartilotti), por su parte, es un médico amante del cine y del teatro, al que Roberto descubre en un anuncio publicitario.

Pero quien se lleva la mayor porción de tiempo al aire es Margarita Ruiz (Bárbara López), versión para la serie de Florinda Meza. La atención sobre ella por parte de los productores y guionistas de Sin querer queriendo (que son hijos de Gómez Bolaños) es casi obsesiva: la trama le dedica minutos de más que restan espacio a historias como las de Vivar, María Antonieta de las Nieves y Angelines Fernández (Andrea Noli), cuyo ingreso al elenco se liquida en segundos. Un desequilibrio narrativo que ya se está haciendo imposible disimular.

Margarita se suma al reparto como la “vieja chancluda”, pero la serie de HBO Max no tiene ningún empacho en evidenciar la inmediata conexión entre ella y Chespirito. Sin querer queriendo le asignó sin disimulo el rol de villana, en contraposición a la primera esposa del comediante, Graciela Fernández (Paulina Dávila), quien es la madre de los cerebros detrás de la serie, Roberto y Graciela Gómez Fernández.

Para cerrar el proceso de casting, a pedido de los altos mandos del Canal 8, entra Angelines Fernández, una actriz veterana que da el toque dramático como la vecina solterona enamorada de Don Ramón, casi al punto del acoso. El elenco se completa sin estrellas, pero con actores capaces de encarnar algo que para Gómez Bolaños era esencial: la imperfección.

“Quiero una comunidad con contrastes, eso es la comedia”, dice el protagonista en una escena. Y se niega a que lo clasifiquen como un programa infantil: no quiere niños actuando, sino adultos interpretando a niños, porque —según él— los actores infantiles “no terminan bien”.

1978 | La guerra de los desayunos

En pleno rodaje de los cruciales episodios en Acapulco, el elenco y la familia Gómez Bolaños comparten un desayuno que acaba por destapar en público las tensiones íntimas. Margarita-Florinda critica a Edgar por su apetito y a Ramón por fumar. Marcos-Quico se cuelga el cartel de intrigante y cizañoso, al recordar delante de todos que él fue pareja de Margarita, justo frente al director Mariano (Rolando Breme, en una representación de Enrique Segoviano), quien está comprometido con la conflictiva actriz.

Graciela no soporta a Margarita y la exhibe como entrometida delante de todos. Roberto guarda silencio, atrapado entre la esposa del presente y la del futuro. Más tarde, Margarita desautoriza a Graciela delante de las hijas de Roberto, en medio de un conflicto sobre si pueden o no ir a un bar. La tensión entre estas dos se acumula como olla de presión para los siguientes episodios.

Previo al desorden, Roberto recuerda su infancia al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando jugaba a formar una pandilla con sus hermanos. Se da cuenta de que, 33 años después, su elenco y su familia son esa nueva pandilla. El momento tiene fuerza, pero se siente incompleto: la serie lo menciona casi como una nota al pie, sin desarrollarlo. En cambio, la presencia de Margarita/Florinda domina el capítulo. Su historia, su lugar en el grupo y su ascenso emocional se convierten en el centro narrativo.

Lo que viene

El próximo capítulo introducirá a Luis de Llano, productor influyente de Televisa en las décadas de 1980 y 1990, conocido por impulsar proyectos como Timbiriche, Alcanzar una estrella y DKDA.

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