El futuro nos reta a reformar la educación
En el futuro, y cada vez más, la capacidad de una sociedad de prosperar de manera sostenible dependerá de las destrezas, habilidades y valores de su población. En Costa Rica, hay varios estudios que muestran con claridad el crecimiento del ingreso y su correlación directa con el nivel educativo de cada persona y familia.
Además, con el avance de la revolución tecnológica, el trabajo futuro dependerá más y más de la automatización, la robótica, la aplicación de inteligencia artificial y la innovación constante en productos y procesos, aun de sectores tradicionales como el agropecuario y las manufacturas, y especialmente en los sectores de servicios.
Eso requiere de técnicos, ingenieros, analistas de datos, especialistas en diversas áreas de sistemas y transformación digital, y prácticamente nada de mano de obra de bajo costo para labores eminentemente basadas en capacidades y destrezas físicas.
Estas nuevas capacidades no están bien distribuidas entre la población, porque empezamos la vida con recursos muy diferentes unos de otros, con acceso a educación en plazos, formatos y resultados muy variables y, en consecuencia, las brechas que se establecen al inicio y a lo largo del proceso educativo tienden a crecer con el tiempo.
En una sociedad en que la creación de valor y las oportunidades de empleo y emprendimiento dependen cada vez más del acceso a la información, tecnología, conectividad y capacidad de innovación; al capital, a las redes personales y familiares de cada uno, y la capacidad de gestionarlas para aumentar la productividad individual, quienes se rezagan al principio de sus vidas difícilmente logran superar sus desventajas y cambiar de estrato socioeconómico a lo largo de su vida.
La movilidad laboral y social que se producía en Costa Rica en las economías de agroexportaciones, manufactura y servicios, incluyendo el turismo, no se traslada con la misma fluidez a la economía de tecnología, innovación y conocimientos, en que la prosperidad depende de educación, capacidades y destrezas muy particulares.
Y conforme las tecnologías y los conocimientos, el acceso a la información y los contactos de valor se hacen más importantes para la prosperidad individual, más pesa el rezago inicial y el relativo a la calidad de la educación, en aquellos que lo padecen.
Alcanzar un empleo de calidad, en que la persona pueda adaptarse a los constantes cambios en productos, servicios, procesos, tecnologías, conocimientos e información requerida, implica que el proceso educativo moderno, además de formación sólida en temas básicos, requiere de una formación que le ofrezca al estudiante flexibilidad ante el cambio, la vocación del aprendizaje continuo, así como adaptabilidad a condiciones laborales, sociales, tecnológicas y humanas que evolucionan con rapidez asombrosa en nuestros días y hacia el futuro.
Esa educación no es fácil de lograr, pues requiere de docentes con capacidades avanzadas de formación y transmisión de capacidades, destrezas y valores; de familias que valoren la educación de calidad, la exijan del sistema nacional y la promuevan entre sus miembros; y de crear condiciones propicias en el sistema para que la tarea sea factible para unos y otros.
Tratemos de entender dónde nos encontramos hoy.
Tenemos un sistema educativo muy variado. Incluye desde excelentes colegios científicos públicos, colegios técnico-profesionales con enseñanza vocacional de un oficio (CTPs), colegios académicos tradicionales que otorgan un bachillerato de secundaria, algunos colegios públicos con bachillerato internacional, colegios privados con subsidio del Estado y colegios completamente privados que van desde los muy mediocres hasta los verdaderamente excelentes.
Entre todos existen grandes variaciones en el acceso a tecnología, idiomas, ciencias, destrezas blandas y ni que hablar de las variaciones en infraestructura, conectividad y "la lotería" que es la asignación de docentes, algunos magníficos, comprometidos con su trabajo y con la preparación de cada alumno, y otros a quienes la vocación se les erosiona por las limitaciones enfrentadas o porque ser maestro era la única opción a su alcance de ser profesional, pues cuando les tocó aplicar, "Educación" era de las carreras menos exigentes en cuanto a calificaciones de ingreso a las universidades.
Esto quiere decir que las capacidades, destrezas, valores y prácticas que desarrolle un niño en nuestro sistema educativo dependen, en primer lugar, de la condición económica de su familia y de la suerte que tenga en términos geográficos por la calidad general de las escuelas y colegios que le toquen en términos de sus instalaciones y tecnología, de los docentes con que le toque interactuar -una verdadera lotería-, y de si logra acceso a suficiente estabilidad en términos de vivienda, tranquilidad familiar y emocional. Es simplemente demasiada variabilidad para dejarla al azar.
Para peores males y por razones que me cuesta entender, el actual gobierno ha recortado el gasto anual en educación pública en cerca de 2 puntos porcentuales del PIB, además de recortar presupuestos de otras entidades y programas sociales, contribuyendo a estancar más lo que ya venía mal. La ministra de educación, que estuvo en el puesto por aproximadamente 30 meses, nunca articuló, ni compartió con sus subalternos un plan, mucho menos con el resto de la sociedad y, de manera inexplicable, ni siquiera protestó -al menos en público- cuando empezaron los recortes presupuestarios.
Pese a que reconozco algunos esfuerzos valiosos del actual ministro, el sistema está "desfinanciado", sin capacidad de inversión, con una enorme variabilidad de calidad y resultados entre escuelas y colegios, y sin superar el "triple apagón" educativo que implicaron los paros laborales de los docentes en 2018 y 2019, el apagón masivo provocado por la pandemia y el ataque presupuestario y estratégico perpetrado por los nefastos 30 meses al inicio de este gobierno.
Entre los resultados visibles hay un aumento significativo de la exclusión escolar en el último lustro, deterioro de la infraestructura, frustración de directores, maestros y funcionarios, y una gobernanza mal diseñada y gestionada, porque quienes rigen el sistema no representan a sus públicos de interés, ni los toman en cuenta -al menos en el sentido de escucharlos- al elaborar sus "rutas para la educación".
Al mismo tiempo, la polarización en la distribución de la riqueza y de los ingresos afecta el acceso a los puestos de calidad generados en zonas francas, turismo y algunas empresas fuertes e innovadoras, que padecen una enorme inflación de salarios, pues se "tienen que repartir" entre el cada vez más escaso capital humano calificado que tenemos y cuyo número cuesta incrementar.
Basta lo dicho para poner en evidencia la necesidad de una profunda reforma educativa. La propuesta ya existe y la expondré con detalle en mi próxima columna.