El acto más democrático: volver a creer en la educación
Hace unos días fui invitada a participar en TEDx Pura Vida Educación. En diez minutos intenté hacer algo que cuesta toda una vida: explicar por qué sigo creyendo en la educación como el acto más valiente y democrático que puede ejercer un país.
Vengo de una familia de maestras. Y como muchas, mi abuela no solo se quedaba en el aula: visitaba las casas de sus alumnos, tocaba puertas para conocer sus realidades y, si hacía falta algo, organizaba colectas o colaboraba con las familias. No lo hacía por aplausos. Lo hacía por vocación, porque entendía que educar era mirar a la persona de manera integral. Sabía que el aprendizaje no termina al salir de la escuela, y que, sin alimentación, afecto y acompañamiento del hogar, la escuela y el Estado, el derecho a la educación queda incompleto. Así aprendimos nosotras. Y así seguimos muchas y muchos hoy, aunque el panorama haya cambiado.
La vocación sigue intacta. Pero los obstáculos se multiplican. Hoy, cientos de docentes hacen rifas para comprar materiales, aportan para el gas del comedor o para el internet escolar. Y eso no se llama “pasión”. Se llama subsidio silencioso a un Estado que ha dejado de cumplir su deber.
Durante la charla presenté cinco claves para recuperar la educación de calidad: equidad, inversión, ciudadanía, dignificación docente y visión de futuro. Cada una parte de una verdad incómoda porque se ha normalizado el deterioro del sistema educativo. Aceptamos que hay escuelas donde no se imparten todas las asignaturas, colegios sin presupuesto para lo esencial, nombramientos tardíos y docentes que sin formación continua. Y mientras tanto, quienes enseñan cargan con el peso emocional, económico y ético de sostener lo que debería ser prioridad nacional.
Mientras la educación se desangra, el país atraviesa una de las crisis más grandes de los últimos años. Hoy están en jaque tres pilares de nuestra democracia: salud, seguridad y educación. En salud, los hospitales colapsan. En seguridad, la violencia se normaliza. Y en educación… retrocedemos peligrosamente. No por falta de diagnósticos, sino por falta de voluntad.
Se han cerrado programas sin nuevas alternativas, se ha recortado presupuestos sin medir consecuencias y se ha abandonado el compromiso constitucional de invertir el 8% de PIB en educación, como si apostar por el futuro de nuestra infancia, adolescencia, juventud y adultez fuera un lujo y no una obligación.
Y, sin embargo, no todo está perdido. Costa Rica ha demostrado antes que puede tomar decisiones valientes. Abolimos el ejército para invertir en conocimiento. Apostamos por la paz cuando otros elegían la represión. Llevamos la universidad a territorios rurales. ¡Tenemos la capacidad! Lo que falta es recuperar el rumbo y la valentía política.
Esta columna es la primera de una serie. En las próximas abordaré una a una esas cinco claves que propuse en TEDx. Son propuestas concretas, nacidas de la experiencia y de la realidad de quienes aún creemos que educar transforma vidas. Son cinco, como los dedos de la mano: diferentes pero complementarios. Y lo más importante, nos recuerdan que está en nuestra mano cambiar el rumbo de la educación.
Porque una educación de calidad no se limita al aula: incluye todo lo que ocurre en el sistema educativo y también el país que estamos construyendo fuera de ellas. ¿Qué mensaje reciben nuestros estudiantes cuando su escuela no tienen un techo digno, cuando su alimentación depende de recortes o cuando no tienen acceso a arte, idiomas o tecnología porque “no alcanza el presupuesto”? Les estamos diciendo que no todos importan igual. Que hay ciudadanos de primera y segunda. Y eso es, en esencia, profundamente antidemocrático.
Hace poco, mi hija Camila la aceptaron en una maestría en el extranjero. Me contó que, más allá de su formación, haber nacido en Costa Rica fue un factor diferenciador. Porque, incluso frente a una realidad compleja, Costa Rica sigue reconocida como un país de paz, de buena educación y de buenas personas. Ese prestigio nos acompaña. Pero no va a durar si no lo cuidamos entre todos.
Volver a creer en la educación no es un acto nostálgico. Es una necesidad impostergable.
Cuidar la educación significa asumirla como un proyecto colectivo, no como una carga individual. Significa enseñar no puede seguir siendo un acto heroico, sino una responsabilidad compartida, respaldada por el Estado.
Significa garantizar que cada estudiante aprenda condiciones dignas, con docentes actualizados, con acceso a todas las asignaturas y con oportunidades reales, vivan donde vivan.
Se lo debemos a quienes enseñan y aprenden. A quienes resisten y sostienen. A quienes aún soñamos con un país más justo y democrático.
Se lo debemos a nuestra historia… y, sobre todo, a nuestro futuro.