Don Víctor, el querido futbolista que jugó hasta los 42 años con un pasaporte “rejuvenecido”
A sus 87 años, por su carisma y alegría, es uno de los personajes más queridos de Cartago
(CRHoy.com) La historia del exfutbolista Víctor Pereyra Díaz es digna de una película. En su mano izquierda tiene el pasaporte uruguayo que indica su fecha de nacimiento: 17 de mayo de 1933. En su mano derecha tiene un pasaporte tico con la misma fecha, pero del año 1938.
Pereira tiene 87 años de edad y es uno de los personajes más queridos de la provincia de Cartago.
Sus amigos, que son muchos, lo saludan constantemente en las calles brumosas. Ellos son testigos de la alegría que desborda aquel señor de baja estatura, que camina con un bordón y usa sombrero.
Ha pasado por situaciones complicadas, pero siempre se le ve feliz. Venció un cáncer gástrico y en 2014 una nieta falleció en un femicidio, pero ese dolor no opaca su carisma natural. "Solo con la ayuda de Dios se puede salir adelante", es una de las frases que siempre dice.
Hace 48 años le ofrecieron un contrato de 3 meses para jugar en el balompié costarricense, con el equipo de San Ramón. Pero, había un problema: aquel mediocampista -campeón con Peñarol (1959 y 1960) en Uruguay- ya tenía 37 años de edad.
Él estaba en El Salvador y le contó la situación a un amigo. "Le dije que estaba preocupado porque ya tenía un montón de años encima y él me dijo que me iba a ayudar", relata.

Y el amigo le ayudó. Le dio un nuevo pasaporte oficial en el que era 5 años menor. Jugó en Costa Rica hasta que cumplió 42 años. Los registros oficiales dirán que fue hasta los 37, porque se basan en el pasaporte alterado, pero Pereyra -basado en el pasaporte uruguayo- estaría entre los jugadores más longevos del fútbol tico.
Aquel mediocampista veloz que alguna vez alcanzó la gloria en Peñarol, ganando torneos locales y hasta una Copa Libertadores de América vistió, en Costa Rica, la camiseta de San Ramón, Guanacasteca y reforzó al Herediano en la Copa Fraternidad Centroamericana.
Orgulloso, recuerda que en 1973 fue el capitán de la selección de extranjeros que jugó contra la selección nacional a beneficio de los afectados por el terremoto de Tilarán. "Antonio Moyano Reina me llamó y me dijo que iba a ser el capitán", señala.
Aquel futbolista que llegó por 3 meses, va a cumplir medio siglo de vivir en Costa Rica. Eran otros tiempos. El fútbol era más rudo, pero más leal. No había tanta industria, no se usaban espinilleras y ni siqueira existían las tarjetas amarillas.
Sus orígenes
Pereira es el menor de 6 hermanos: Rogelio, Rufino, La negra, Alejandro, la Nata y Viteca. Hoy es el único sobreviviente. Nunca conoció a su padre, quien falleció en un accidente laboral cuando él tenía 7 meses y recuerda que de niño el fútbol siempre fue lo más emocionante.
"Agarrábamos un puño de medias y con eso jugábamos en el barrio", narra con sus ojos brillantes.
Él creció en un pequeño barrio llamado La Teja. Ahí formaba parte de "Los purretes", una murga, bandas culturales uruguayas que se presentan en el Carnaval de Uruguay, el más largo del mundo, con 41 días de cultura, algo que todavía recuerda con emoción.
Su familia anhela que Pereyra pueda algún día conocer el nuevo estadio de Peñarol: el estadio Campeón del Siglo, inaugurado en el año 2016.
A sus 17 años celebró el campeonato mundial de Uruguay en el mítico Maracanazo. No había televisión. Todos se reunieron alrededor de un radio y con mate en mano vivieron un momento histórico.
"Cayó el gol de Brasil y todo el mundo se vino abajo, pero hubo un futbolista que se llamaba Obdulio Jacinto Varela, el capitán, que reunió a todos y les dijo ‘de acá muertos salimos, este partido no lo perdemos' y aquello cambió. Todo fue una fiesta", cuenta Pereyra.
De memoria, él se sabe la alineación y puede describir cada una de las jugadas de gol con una precisión inexplicable.
Pereyra se hizo futbolista en Progreso -actual club de primera división uruguaya- y luego pasó a los clubes de Peñarol y Defensor. Hizo varias giras por diferentes países y luego migró a Centroamérica. Así llegó a San Ramón.
"Mi trabajo en la cancha era ir y venir. Yo era pequeñito, rápido, como el estilo de Allen Guevara. Ir, venir, ir. Yo lo admiro por eso".

Se quedó en el país
"Viteca", como lo bautizaron desde niño, no olvida cuando el dirigente ramonense, Guillermo Vargas Roldán, lo invitó a quedarse en Costa Rica. Trajo a su familia y por unos años estuvo vinculado a equipos de fútbol.
Posteriormente, con su esposa -que en paz descanse- empezó a trabajar en una soda en el Mercado de Cartago y ahí fue donde se ganó el corazón de toda la comunidad.
Pereyra se naturalizó costarricense e incluso entre sus recuerdos más importantes tiene una camiseta de la Sele y hasta una fotografía con Keylor Navas.
Don Víctor ha visto cómo la socieedad ha cambiado, para bien y para mal. Ha visto la trasformación digital y a su ritmo, trata de no quedarse atrás.
Él tiene su celular y aunque a veces lo olvida, es habitual que junto con su familia llame a los amigos que le dejó efútbol. También disfruta compartiendo con otros adultos mayores en un centro llamado "Gotitas de Esperanza", en La Lima de Cartago.

Claro, ahora no puede. La pandemia del COVID-19 lo ha obligado a quedarse en casa.
– Don Víctor, ¿cómo le ha ido con la pandemia?
– Estoy decepcionado con el que inventó eso, (se ríe). En ese aspecto no tengo problema, me dicen que no salga de mi casa, entonces me quedo tranquilo. Si salgo, es solo algo puntual, necesario.
– ¿Qué ha hecho?
– Me quedo en la casa viendo tele. Hay cosas buenas, otras malas, pero qué voy a andar yo haciendo en la calle… nada. Así es la cosa. Si a uno le dicen que no salga de la casa, entonces no salga. Es algo problemático.
– ¿Qué consejo le da a las personas jóvenes?
– Es fundamental que se den a conocer por lo que es y no por lo que puedan tener. Que sean amables con la gente, es la base fundamental para vivir bien.
Cuando habla de esa enseñanza que le comparte a los jóvenes se le viene a la mente uno de los mejores recuerdos que tiene: cuando logró dejar de fumar.
Afirma que de joven, los amigos en el barrio casi que lo obligaron a probar sus primeros cigarrillos. Y eso se extendió por años. Fumaba sin parar hasta que tuvo que someterse a una operación y sin darse cuenta, en la recuperación, no estaba fumando.
"Fue el 22 de enero de 1982. Llamé a Teresa (la esposa) y le dije que no lo había notado pero que ya no estaba fumando. Dije, ‘ya no fumo más' y dejé de fumar. Pero, también dejaron de fumar mi señora, mi hijo, y otros miembros de la familia. Todos dejaron de fumar. Nunca se me va a olvidar", expresó.
