Hace unos diez años, el periodista y entonces director del periódico La Nación, Armando González, tuvo la amabilidad de invitarme a escribir en un espacio de blogs que se proponía lanzar. En aquel momento, me encontraba en plena redefinición de mi trayectoria vital -habiendo dejado atrás la presidencia y 25 años de intenso servicio público- y mis prioridades se centraban en mi familia y en mi futuro profesional. Me proponía recuperar el tiempo y la atención que le disputé a mi hijo y en especial a mi querido esposo quien había iniciado el doloroso camino de la “enfermedad del olvido”. También deseaba poner mi experiencia acumulada al servicio de causas relacionadas con la democracia, los derechos humanos, la seguridad y el desarrollo. Por lo tanto, la oferta de don Armando debería esperar.
Una década después, recibí otra invitación del periodista, esta vez desde una plataforma mediática diferente. Como resulta evidente al lector, en esta ocasión acepté. Más allá de los cambios que mi vida ha experimentado en estos años, lo que me impulsó a asumir esta oportunidad como un deber cívico—algo que antes consideraba prescindible—fueron los alarmantes cambios en la libertad de prensa en nuestro país. Después de ser líder en este aspecto, Costa Rica cayó en el índice de libertad de prensa en tan solo dos años, pasando del 8° lugar en 2022 al 36° en 2024. Este notable deterioro ha sido atribuido por Reporteros Sin Fronteras a la “línea de confrontación” y “los intentos de estigmatización” del gobierno hacia periodistas y medios de comunicación. La gravedad de estos índices refleja el grotesco espectáculo que cada semana ofrece el mandatario, quien, desde el podio que le ha confiado el pueblo, se burla, ofende y desacredita a cualquier periodista que se atreva a desafiarlo con preguntas que no hayan sido pactadas previamente con su equipo. También expresan el brutal acoso al que han sido sometidos algunos medios por parte del gobierno, con el objetivo de silenciarlos.
Por lo tanto, esta vez no podía declinar la invitación de don Armando. Habiendo dedicado mis últimos años a acompañar la lucha de pueblos contra las tiranías que los oprimen, tengo la obligación de hacer todo lo que esté a mi alcance para advertir sobre el deterioro democrático que experimenta nuestro país.
Escribo este primer artículo pocas horas después de un encuentro con representantes del gobierno de una nación fronteriza con Ucrania, quienes han presenciado de primera mano el sufrimiento injustificado al que ha sido sometido el pueblo ucraniano por uno de los autócratas más despiadados de nuestros tiempos. Tienen razones válidas para temer que su país, también exrepública soviética, pueda correr la misma suerte que la martirizada Ucrania, y se están preparando para evitarlo. En ese proceso, uno de los presentes, que nunca había querido servir en el ejército, me confesó que decidió enlistarse ante el radical cambio en las condiciones de vulnerabilidad de su país. Guardando las distancias necesarias, me sentí identificada con el gesto de mi interlocutor. Si bien hace diez años no veía la necesidad de escribir para un medio de comunicación nacional, hoy las razones son más que evidentes y apremiantes.
En Costa Rica, somos afortunados de estar a kilómetros de distancia de los escenarios más violentos que hoy afectan a varias regiones del mundo, y somos doblemente afortunados por no tener ejército ni la obligación de enviar a nuestros hijos a la guerra. Sin embargo, esto no nos exime de amenazas y mucho menos de obligaciones. La mayor amenaza que se cierne sobre nuestro país proviene desde dentro y busca la destrucción de nuestras instituciones. Nadie nos pide movilizarnos hacia una trinchera de combate ni sacrificar nuestras vidas por la defensa de la patria, como lo están haciendo otros pueblos; simplemente se trata de movilizarnos en un esfuerzo cívico para prevenir el deterioro irrevocable de nuestras instituciones. En mi caso, contribuiré de diversas maneras, incluyendo mis reflexiones desde esta simbólica pero poderosa trinchera que representa la prensa costarricense.