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Así usa China las tierras raras como arma política y económica

Por Gustavo Arias | 21 de Oct. 2025 | 5:11 am

Hace pocos días, China anunció nuevas normas que restringen la exportación de tierras raras y de las tecnologías necesarias para procesarlas. Desde ahora, cualquier empresa que quiera vender productos que contengan incluso trazas mínimas de estos minerales deberá obtener una licencia especial del gobierno chino.

El argumento oficial fue la "seguridad nacional". Sin embargo, la medida llegó en un momento político clave: pocas semanas antes de una cumbre entre Donald Trump y Xi Jinping en Corea del Sur. En ese contexto, el anuncio se interpretó como un recordatorio del poder que China ejerce sobre un recurso del que depende buena parte del mundo tecnológico y militar.

Las tierras raras —un grupo de 17 elementos químicos con propiedades únicas— son esenciales para fabricar misiles, motores a reacción, vehículos eléctricos, microchips y pantallas. En la práctica, están presentes en casi todo lo que define la economía moderna. Por eso, cualquier alteración en su flujo internacional genera alarma inmediata.

El país que controla el flujo de la tecnología

China produce cerca del 70% de las tierras raras del planeta y controla más del 90% de su refinado. En otras palabras, aunque varios países tengan yacimientos, casi todos dependen de China para procesar el material y convertirlo en componentes útiles para la industria.

El nuevo paquete de normas amplió las restricciones existentes: añadió cinco elementos —holmio, erbio, tulio, europio e iterbio— y limitó la exportación de equipos de minería y refinación. Además, Pekín exige licencias para empresas extranjeras que utilicen en sus productos tecnología o materiales chinos de tierras raras.

El Ministerio de Comercio insistió en que el objetivo es "salvaguardar la seguridad nacional" y evitar que estos recursos se usen en "campos sensibles como el militar". Pero en Washington y en otras capitales la lectura fue distinta: China utiliza su dominio sobre los minerales como una palanca de presión geopolítica.

Una dependencia difícil de romper

Las tierras raras son, hoy, imprescindibles. Están en los imanes que mueven motores eléctricos, en las baterías de los autos, en los sistemas de guiado de misiles y en los altavoces de los teléfonos móviles. Sin ellas, la transición energética y la industria tecnológica simplemente no funcionan.

Esa dependencia convierte a las tierras raras en un instrumento de poder. Cada vez que China restringe su exportación, el mundo reacciona. Y no es la primera vez que ocurre.

En 2010, Pekín suspendió temporalmente los envíos a Japón tras un conflicto territorial. Los precios se dispararon hasta 20 veces, y las industrias electrónicas y automotrices sufrieron retrasos y sobrecostos. Aquella crisis llevó a varios países a buscar fuentes alternativas, pero el dominio chino se mantuvo.

Un patrón que se repite

Desde comienzos de los 2000, China ha aplicado diversas cuotas y controles sobre las tierras raras. A menudo, sus decisiones coincidieron con tensiones diplomáticas o comerciales con Occidente. En 2010, la Organización Mundial del Comercio intervino y obligó a Pekín a flexibilizar las restricciones. La lección fue clara: las tierras raras podían usarse como mensaje político.

En años recientes, Pekín endureció las reglas sobre otros metales estratégicos. En 2023 impuso licencias especiales para exportar galio, germanio, grafito y antimonio, materiales clave para chips y baterías. Según el gobierno chino, se trató de medidas de seguridad nacional; según sus críticos, de una respuesta a las sanciones de Estados Unidos y sus aliados contra la industria tecnológica china.

Las nuevas normas de 2025 encajan en esa lógica. Al establecer más controles, China consolida su ventaja en la cadena de valor de la alta tecnología y, al mismo tiempo, demuestra su capacidad para alterar el equilibrio global cuando lo considera necesario.

La reacción del mundo

El anuncio desató una ola de reacciones. En Washington, calificaron las restricciones como "un ejercicio de coerción económica contra todos los países del mundo". En Europa y Asia, varios gobiernos analizan el impacto de las nuevas reglas. Japón, India, Corea del Sur y los países de la Unión Europea estudian cómo adaptarse al sistema de licencias que exige detallar el origen y destino de cada envío.

En paralelo, crecen las iniciativas para reducir la dependencia. Australia y Canadá invierten en nuevos yacimientos, mientras Chile y Brasil comienzan a explorar sus reservas de tierras raras como alternativa.

El sector privado también se moviliza. Fabricantes de automóviles, aviones y equipos electrónicos temen retrasos y aumentos de precios, y algunas empresas ya toman medidas. Varias automotrices europeas investigan motores eléctricos que no requieran imanes con tierras raras. En Estados Unidos, MP Materials construye una planta en Texas para procesar recursos locales, mientras la australiana Lynas asegura contratos de suministro con empresas norteamericanas.

Incluso el Pentágono anunció una inversión de $400 millones para crear una cadena de producción de imanes sin participación china. El objetivo: garantizar precios estables y compras prioritarias durante al menos diez años.

Una herramienta de poder

La batalla por las tierras raras es, en el fondo, una lucha por el poder tecnológico. Controlar estos minerales significa controlar el ritmo de la innovación, la fabricación de armas avanzadas y la transición hacia la energía limpia.

Pekín no solo protege sus intereses industriales; también usa su dominio como instrumento de negociación.

Al restringir exportaciones, China puede presionar a otras potencias para obtener concesiones comerciales o tecnológicas. Y, al mismo tiempo, fortalece su industria interna, fomentando inversiones nacionales que aseguren acceso directo a estos recursos.

El tablero geopolítico se reconfigura

Para el resto del mundo, las consecuencias son profundas. La rivalidad tecnológica acelera la cooperación entre países que antes competían. Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Canadá, Australia e India impulsan alianzas para financiar minas fuera de China, construir plantas de refinado y desarrollar tecnologías que reduzcan el uso de tierras raras.

En Europa, la nueva Ley de Materias Primas Críticas busca garantizar un suministro seguro y sostenible. En el Reino Unido avanza el proyecto de Pensana Saltend, que producirá parte del neodimio y praseodimio que hoy dominan los mercados chinos. En Estados Unidos, la mina de Mountain Pass aspira a cerrar el círculo completo de producción —"de la mina al imán"— antes de 2027.

Sin embargo, el proceso será lento. La infraestructura, la inversión y la tecnología necesarias para sustituir a China no se construyen de la noche a la mañana. Mientras tanto, Pekín mantiene la ventaja.

El nuevo mapa del poder

En el corto plazo, las industrias tecnológicas y militares podrían enfrentar retrasos y mayores costos. Pero a largo plazo, el efecto puede ser el contrario del que busca China: cuanto más limite la oferta, más rápido se desarrollarán cadenas de suministro alternativas.

Las tierras raras se han convertido en una herramienta de poder geopolítico, tan influyente como el petróleo en el siglo XX. Su control define alianzas, marca dependencias y moldea estrategias globales.

Aunque Pekín insiste en que actúa conforme a normas internacionales, su mensaje es inequívoco: en la competencia por la supremacía tecnológica, China está dispuesta a usar todos los recursos a su alcance.

El pulso por las tierras raras ya no es solo una cuestión comercial. Es una partida geopolítica en la que cada imán, cada chip y cada gramo de mineral cuenta.

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