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¡A Teresa Herrera la modernidad no le cambió la vida ni una pizquita!

Por Patricia León-Coto | 3 de Sep. 2017 | 8:26 am
Teresa Herrera Rojas. No vendió frente a Multiplaza. Prefirió heredar a su hija. (Foto VHV)

Teresa Herrera Rojas. No vendió frente a Multiplaza. Prefirió heredar a su hija. (Foto VHV)

A sus 87 años, Teresa Herrera Rojas sigue siendo la misma. Ni el Hotel Intercontinental, ni Multiplaza, ni la ruta 27, ni toda la modernidad que asomó sus ojos, orejas y dientes por este sector del oeste de San José, la hicieron cambiar.

Es mujer de campo y vive en forma similar a como lo ha hecho a lo largo de casi 9 décadas. No conoce el “mol” que tiene al frente. Nunca ha ido al cine. Apenas fue a Escazú, Santa Ana y San José, aunque hace mucho tiempo que no se aleja de su casa más de 600 metros que es la distancia que la separa de los pastizales donde recoge alimento para 3 vacas y 4 terneros que la acompañan todo el tiempo.

Vive con su hermana Carmen, de 90 años; mucho más radical que ella. La mayor nunca sale de la casa y no acepta que le tomen fotos.

Le pregunto si conoce Puntarenas y me dice que no.

_¿Y Guanacaste?

_Tampoco. Antes de que siga con la retahíla de posibilidades declara lo que antes apunté. Solo tres lugares y a la capital hace mucho no volvió.

_¿Y puedo saber por qué?

­_Porque no me gusta.

Me agrada su carácter. Es una mujer con determinación. De memoria envidiable; excesivamente prudente.

_¿Se acuerda de todo? ­-insisto.

­_Sí, pero no me acuerdo. Responde con respeto como diciéndose "y a este qué le importa".

De la política y los políticos, se decepcionó hace rato. No votará más.

­_¿Cómo ve al que está ahora?

_Idiay, qué quiere que le diga, afirma.

Teresa tuvo dos hijas. Ambas viven cerca. Y tiene 6 nietos.

Casi no ve televisión y no tiene celular.

Una vecina me advirtió: Inténtelo, pero no creo que lo atienda.

Cuando fui a la parte posterior de la casa, luego de tocar en la puerta de enfrente sin éxito y grité ¡Carmen!, apareció Teresa.

Fueron 9 hermanos. Y a todos les heredaron un terrenito, justo ahí, frente a Multiplaza.

La plata, al menos para ella y para Carmen, no interesa. Donde viven ambas, ahora es de una hija de Carmen. Sus otros hermanos sí vendieron, pero no me dio detalles.

_Amar a los animales es un don que Dios me dio. Aquí me paso limpiando y secando para que los terneros estén bien.

¿Gallinas? Sólo cuatro. Y a las vacas no las ordeña. Los terneros son los favorecidos.

¿Pensión? Ni sabe lo que es eso.

_Esto ha cambiado mucho; muchas drogas. Muchachos, aléjense de las drogas, – recomienda.

_Lo dejo porque tengo cosas que hacer, me advierte cortando la conversación.

Luego me da permiso de que le tome unas fotos. Y me enseña parte de las paredes de bahareque de la casa donde vive; la casa donde nació.

­_Vuelva en verano para que no se embarriale, me dijo Teresa antes de dar la vuelta para acompañar a Carmen y seguir su estilo de vida de la que, al parecer, jamás se apartará.

 

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