Ciudades sostenibles y economía circular: el desafío de urbanizar sin destruir
En un mundo cada vez más urbano, pensar en sostenibilidad ya no es una opción idealista, sino una necesidad urgente. Las ciudades, aunque ocupan solo el 3% del territorio terrestre, generan más del 70% de las emisiones de carbono globales y consumen la mayoría de los recursos energéticos. A la luz de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, repensar el modelo urbano se convierte en una prioridad política, económica y moral.
América Latina, la región más urbanizada del mundo en desarrollo, enfrenta este desafío de manera directa: más del 80% de su población ya vive en ciudades. Este crecimiento ha sido rápido, muchas veces caótico, y con un alto costo ambiental: pérdida de áreas verdes, contaminación, infraestructuras saturadas y mayor vulnerabilidad ante eventos climáticos extremos. En Costa Rica, esta realidad también golpea fuerte. Solo la Gran Área Metropolitana (GAM) concentra más del 50% de la población, con una expansión urbana que ha sido rápida, muchas veces desordenada, y con serias consecuencias ambientales y sociales.
La congestión vehicular en Costa Rica, por ejemplo, ha llegado a niveles críticos: según datos del Estado de la Nación, la velocidad promedio en San José es inferior a 20 km/h en hora pico. Esto no solo implica pérdida de productividad y calidad de vida, sino también emisiones contaminantes elevadas y consumo excesivo de combustible. La falta de un sistema de transporte público eficiente y electrificado limita las opciones de movilidad sostenible.
Otro problema urgente es el manejo de los residuos. Aunque Costa Rica ha dado pasos importantes en reciclaje, aún el 40% de los residuos sólidos no se gestiona adecuadamente, y muchos terminan en ríos o lotes baldíos. La situación del agua no es mejor: hay comunidades que enfrentan escasez, mientras otras sufren por contaminación de fuentes hídricas debido a un inadecuado tratamiento de aguas residuales. Más del 70% de estas aguas no reciben tratamiento antes de verterse a cuerpos de agua, lo que agrava el deterioro ambiental.
Las ciudades, además de concentrar problemas, son centros de innovación y pueden ser parte clave de la solución.. La pandemia de COVID-19, con su efecto paralizante, dejó lecciones claras: nuestras ciudades necesitan transformarse. El futuro urbano debe ser resiliente, sostenible e inclusivo. Esto significa apostar por un desarrollo urbano que respete el entorno, regenere recursos y ponga al ser humano en el centro. No se trata solo de crecer, sino de crecer bien.
Tres pilares para una urbanización sostenible
- Infraestructura verde e inteligente:
Necesitamos ciudades que integren energías limpias, redes eléctricas eficientes, edificios sostenibles y espacios públicos verdes. Hay ejemplos inspiradores en América Latina y también potencial en Costa Rica: proyectos de energía renovable, edificios con diseño bioclimático y esfuerzos por crear corredores biológicos urbanos. Pero aún falta integrar estas iniciativas en una visión de ciudad más amplia y estructurada.
- Movilidad limpia y eficiente:
Migrar hacia sistemas de transporte público eléctricos, ciclovías seguras y movilidad peatonal es urgente. Costa Rica ha dado algunos pasos con la llegada de buses eléctricos y trenes en desarrollo, pero el proceso ha sido lento. Se necesita una visión de largo plazo que priorice la descarbonización del transporte y la reducción de la dependencia del automóvil privado.
- Educación ambiental y cultura ciudadana:
La transformación de nuestras ciudades no será posible sin una ciudadanía consciente. Desde la escuela primaria hasta las decisiones cotidianas, fomentar una cultura de sostenibilidad es clave. Programas como Bandera Azul o las campañas municipales de reciclaje son buenas semillas, pero requieren fortalecimiento, continuidad y compromiso institucional.
Hacia una alianza verde latinoamericana
Costa Rica tiene el potencial de ser un referente regional en sostenibilidad urbana, pero necesita acelerar su paso. La riqueza natural del país y su liderazgo en energías limpias contrastan con la lentitud en modernizar su sistema urbano. Integrarse a una agenda común latinoamericana en economía circular y ciudades verdes no solo es estratégico, sino coherente con nuestra tradición ambientalista. Esto implica fomentar modelos de producción y consumo que reduzcan los residuos, regeneren ecosistemas y separen el crecimiento económico del deterioro ambiental.
Impulsar una agenda regional de ciudades verdes y economía circular es también una apuesta por la equidad. Una ciudad sostenible es, por definición, una ciudad más justa: con acceso equitativo al agua, al transporte, a la energía, y a un entorno saludable. En este sentido, la colaboración entre países latinoamericanos se vuelve esencial. Una alianza virtuosa en defensa del medio ambiente no solo es deseable, sino imprescindible. Más aun, impulsar esta transición no significa frenar el desarrollo, sino redefinirlo. Se trata de crecer sin destruir, de construir ciudades que no sean solo espacios para vivir, sino también para prosperar en armonía con el entorno. En este camino, la colaboración entre gobiernos, sector privado, academia y ciudadanía será fundamental.
Hoy, las ciudades ya no pueden ser parte del problema. Deben ser el corazón de la solución.