Burnout: no es debilidad, es neurobiología
Hace poco tuve la oportunidad de dar una charla sobre el síndrome de desgaste profesional (burnout) a un grupo de colegas de salud mental. Durante la sesión, compartí hallazgos recientes publicados en revistas científicas, que muestran cómo el estrés crónico puede modificar áreas del cerebro como la corteza prefrontal, la amígdala y el hipocampo, afectando funciones esenciales como la memoria, la regulación emocional y la toma de decisiones.
Al final de la charla, surgió un intercambio interesante. Alguien destacó la relevancia de los recursos personales para enfrentar el estrés, lo cual es importante. Sin embargo, me quedó resonando una inquietud: cuando centramos la discusión únicamente en la capacidad individual para "manejarlo mejor", corremos el riesgo de minimizar lo que ocurre a nivel biológico.
El burnout no se trata simplemente de una carencia de estrategias de afrontamiento. Es una condición en la que el cuerpo, y particularmente el cerebro, empieza a resentirse. No es que la persona sea débil o no se esfuerce lo suficiente; es que hay un impacto medible en su sistema nervioso, que altera su funcionamiento diario.
A pesar de esta evidencia, las clasificaciones oficiales todavía se quedan cortas. La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, define el burnout como un fenómeno relacionado con el ámbito laboral, no como una condición médica. En la CIE-11, se lo describe como una respuesta al estrés crónico no gestionado en el trabajo, lo que restringe su reconocimiento al plano ocupacional, sin abarcar del todo su dimensión clínica.
Y no es algo que afecte solo al personal de salud. Cualquier persona que viva bajo presión constante —ya sea por razones laborales, familiares o sociales— puede desarrollar síntomas similares. Por eso es fundamental reconocer que no estamos ante una simple dificultad de adaptación, sino frente a una alteración real de la salud mental.
Hablar de burnout no es justificar el malestar ni buscar excusas. Es, más bien, un acto de honestidad y autocuidado. Significa reconocer los límites humanos y dar a la salud mental el lugar que merece en una sociedad que aspira a ser más consciente, empática y sostenible.
Médico psiquiatra